Caspolino, recordó el horchatero. Caspolino dijo y aparecieron los caballitos, el tiovivo, un enorme copo de algodón de azúcar, y la chica que vio una sola vez en los coches que chocan. Caspolino son días de gloria. Y Poblenou, como pocos barrios, tuvo la suerte de tener el mejor parque de atracciones de la ciudad.
Porque por poco glamuroso que seas, alguna ventaja tendrás que tener. Así es como este barrio barrio industrial que nadie quería para vivir si fue tocado por la vara mágica a la hora de la felicidad: calles amplias, que nadie disputaba, escasas líneas de transporte público concentradas en dos o tres calles. Lo suficiente para que un parque de atracciones vaya sobrado. Aquí sí que brillaban las luces de colores. Y cuando se abrían líneas nuevas de transporte, los caspolinos cambiaban de lugar, así que problema ninguno.
Caspolino, palabra con poderes. Caspolino viene de Caspe, de donde venían Marcos y Anunciación Arus. En los ’20 llegaron a Llacuna y Llul, y cuando no itineraban por los pueblos y los barrios, instalaban sus caballitos y coches chocadores para flipe salvaje de los más pequeños. En los bajos tenían un taller donde preparaban y reparaban sus atracciones. Según nos dice Nicasi Camps i Pinós , en la revista Icaria, los nietos de Anunciación le explicaron que su abuela era emprendedora como pocas. No sólo recorría los pueblos sino que viajaba al extranjero buscando innovaciones. Así llegó a darnos la oportunidad de chocar a nuestras anchas con esos cochecitos locos que por ley de atracción nos hacían rebotar después de haber dado el golpe. O de haberlo recibido. Y la grandísima oportunidad de disfrutar del primer Látigo catalán, que ellos luego instalaron en Andalucía.
Y años después, ya definitivamente itinerantes ¿Qué niño de Poblenou podía imaginar la semana de Fiesta Mayor sin los Caspolinos? El horchatero los recuerda por Roc Boronat… Llacuna…Dr. Trueta… Ramón Turró. Cuando llegaban al barrio, Genis, el camarero de El Tío Che que siempre silbaba, solía decir, la temporada se acabó, llegan los Caspolinos. Porque después de la Fiesta Mayor la horchatería esperaba el trabajo durante cinco meses largos, más largos que la paciencia.
La familia de los Caspolinos fue próspera y todos sus hijos se dedicaron a lo mismo. En 1941 abrieron en el Para-lel frente a l teatro español un local fijo de atracciones y unos años más tarde otro en Gala Placidia.
Para los niños de Poblenou la Fiesta Mayor comenzaba mucho antes del Pregó. La dicha comenzaba con los preparativos: En el mismo momento que montaban las atracciones, cuando preparaban los tacos de madera, la pista, los pilares, la estructura, y qué decir cuando veían llegar a los coches, metidos en cajas de madera, cajas que traían la ilusión de todo el año, porque entretenimientos tan esperados, ninguno.
Setiembre era el mes de los coches, y los caballitos del carrusel, y, aunque también había cerdos por pares como en el Arca de Noé, sirenas, y leones, y carrozas, todos eran caballitos, los caballitos Caspolinos.
El horchatero centenario recuerda la música que comenzaba a sonar y el señor que como un domador valiente iba entre los animales y carrozas pidiendo los billetes, y esas vueltas y vueltas, ese no parar que emborrachaba. Aquellos chiquiparcs de la memoria, abiertos a la vida, llenos de barrio, de algodón de azúcar y manzanas con caramelo. Chiquiparcs donde se mezclaban los niños, los perros de calle, los vecinos y los planes de ligue, verdaderas estrategias construidas con tiempo e ilusión. A ver si esta vez. Veremos. Un coche chocador frente a otro, y zasca. Todo el año esperando este momentazo.
Así la vida hasta 2005, cuando el último caspolino apagó las luces y la plaza Gala Placidia vio cambiar su esencia. El negocio de ferias iniciado en 1905, a fuerza de tómbolas, caballitos manuales, luego eléctricos, y coches que chocan dejó de ser lo que era. Para Las tres generaciones de mujeres la vida era un carrusel: primero con el parque pionero de Poblenou, después el de Gracia, luego en Para-lel y finalmente en Gala Placidia, donde los niños del barrio lo vieron ir, con los caballitos, quién sabe a dónde.
Crearon una marca: Los coches de choque se llamaban Caspolino, el tío vivo era Caspolino, y la dicha también. Sólo nombrarlo era el camino directo al trance. Anunciación, su hija María y su nieta Encarna están en la memoria de cada lugar donde pasaron. El horchatero los recuerda en medio del Para-lel canalla de los cincuenta, allí el Caspolino era la isla del candor. En una época antes de los coches de choque había unas barcas, que todavía existen, que chocaban en medio del agua. Y si tenías miedo mejor ni pensar en bajarte, porque caías en medio del agua. Si no fuera por la cuerda salvadora del señor que te salvaba del naufragio. Tiempo de futbolines y billares, tiempos de juke box que por unas monedas te cantaba el merengue de Xavier Cugat “Caballito de madera”. Y tu ahí, señores aparcando que ha llegado el rey. ¿De qué bando eras? Porque en tiempos de feria los choques de barca o de coche, es igual, dividían a los niños: unos iban de chocadores, los otros de chocados.
Unos a su bola, otro a agitar la vida de todos los demás. Porque había cada chocador que te dejaba sin aire. Y sin ganas de volver a insistir.
El horchatero no se imagina cómo tantas generaciones de niños pudieron crecer sin Caspolino, y tan tranquilos. Sin saber qué se sentía cuando de pronto la música comenzaba a sonar y cada niño emprendía su viaje, hasta donde la imaginación le dijera hasta aquí hemos llegado.