Aunque para el anciano horchatero sus bocatas han sido los primeros y serán los últimos, y sin dudas, los mejores, los griegos y romanos pensaban igual. Y no era para menos: sus bocadillos de morcilla, de salchicha, de mortadela y de jamón no se hicieron de rogar. Aunque Plinio el viejo reconocía que como los jamones de Hispania, ningunos, que eran cerdos alimentados a bellota, y para más inri de Pamplona. Ya en el siglo II antes de Cristo, Catón que era un tremendo sibarita, se le daba por untar el jamón en aceite, es que no hemos inventado nada, y después de ahumarlo lo ponía en vinagre. En la era cristiana se cocía el jamón en vino y se lo llevaba con el pan, como alimento de camino. Los bocatas nos vienen arrancando suspiros desde los orígenes de nuestra civilización, y desde los orígenes de las que nos precedieron, se ve que en los genes ya venimos con los bocatas impresos. ¿Es que hay algo más sublime que un bocata de jamón?
Un bocata bien hecho hace suspirar. Palabra de horchatero centenario. Con pan de baguette, de barra, de cristal, con olivas, de centeno, de espelta, planchado, recién salido del horno, bocata es bocata y tiene mucho para explicar. Los egipcios y sumerios ya conocían el embeleso del shawarma. Y pareciera que el hecho de añadir dentro de un pan una proteína es tan antiguo… como el mismo pan.
Los precolombinos ya hacían sus tortillas de maíz rellenas. Y en Africa, Asia y la India se conocen desde la antiguedad el Durum, El Naan, la pita, Banhmi y otros panes que se rellenaban con carne. Estos bocadillos eran el sostén de los jornaleros y trabajadores sin tiempo para hacer una comida copiosa. En las Crónicas de Indias se sabe que en 1500 la tortilla de maíz y de huevos era un sálvame la vida tanto en Europa como en América. En el siglo XV un «chusco» de pan fiambre, queso, cebolla y tomate eran alimentos comunes entre las tropas militares. En las guerras carlistas se hizo popular el bocadillo de tortilla, dando origen a la palabra «chusquero». Y el pepito de ternera, míralo a él, acompañó a los constituyentes de las cortes de Cádiz, obligados a debatir durante largas horas, ponían una proteína entre dos panes, y ala! a discutir que hay que hacer país. Así como a la constitución se llamó La Pepa, los bocatas fueron los Pepitos. Otra versión dice que surgió en 1870 y nos lleva hasta Madrid, hasta el Café de Fornos, un lugar frecuentado por las clases altas madrileñas de aquellos tiempos. Según su versión, el hijo del propietario que se llamaba Pepe fue a pedir al cocinero la merienda como cada día. Pero esta vez sería diferente, ya que no le apetecía merendar lo que tomaba cada día (fiambre o embutidos) y le pidió al cocinero que le preparase un bocadillo con un filete de ternera a la plancha.
El niño tomó muy contento la merienda ante la vista de los clientes del bar, que atraídos por el buen olor y la buena pinta de aquella merienda, solicitaron al cocinero que les preparase “uno como el de Pepito”. De esta manera, supuestamente nació el famoso “pepito de ternera”, que tan extendido está hoy en día en nuestro país.
En el Magreb la tropa le llamaba bocata, y de allí en España su uso. Bocado se le llamaba en la Edad Media a todos los alimentos, y de allí el bocadillo llamado así desde el XVII. En la mayoría de los países hispanoamericanos se denomina aperitivos, tentempiés, matahambres o snacks a diversos alimentos usados como comidas auxiliares, siendo el bocadillo una comida auxiliar, no así en España y en otros países de Europa. El conde Montagú, un gran jugador de cartas, no quería perder ni un instante de juego, así que en entre panes, ponía unas rebanadas de roast beef, el juego seguía y ahí tienes el sándwich.
Dicen que en la tradición india Brahma en su afán de que Shiva se desdoblara en dos dioses uno femenino y otro masculino prometío ser moderado en su alimentación, así es como servía pequeños

poikilia
bocaditos de diferentes sabores. Los griegos con la poikilia agasajaban con pequeños alimentos a sus amigos fuera del horario de las comidas. Eran los orecticá, que significa de hacer desear.
Y lo sentimos por Madrid, pero en Atenas se inventó el bocadillo de calamares. Aristófanes, cuatrocientos años antes de Cristo ya hablaba del bocadillo en sus comedias. Eupolo, autor de la época también se va en loas y amores a los calamares en su tinta. Y no podíamos, nosotros, hijos de Roma, desconocer que los bocadillos vienen del Imperio, y de la cultura árabe, lo de comerlos varias veces al día. En la Edad media, el amor a comer fuera de horas y al picoteo se despertó y alcanzó su culminación en en el siglo de oro, cuando algunos se sentaban a la mesa ya sin hambre. Algunos, nunca mejor dicho, porque otros vivían para esperar un único plato de comida al día. El estatus se medía, según Cervantes por los bocaditos, a los que Quevedo llamó avisillos. Y una cosa trae la otra: El bocadillo era salado para provocar el deseo del vino. No se sabe a ciencia cierta, pero parece que el primer bocadillo fue de chorizo, y enloqueció por igual a andaluces y castellanos. Y estos deleites vienen de Grecia, donde comer era el placer de los placeres, primero y por sobre todos los demás. Filóxeno ya lo decía: en el siglo IV, de todo solo un bocado, y cuando te hayas hartado que no sepas nunca de qué. ponía en vinagre. Mira si tiene historia el espléndido bocata. Pero, si el horchatero de Poblenou insiste con ser el autor de la criatura, no lo contradigas, después de todo fue el segundo de Barcelona en enloquecernos con los frankfurts más deliciosos de la ciudad, allá por los años sesenta. La tira, la tira de años.