En la soledad

yo canto a aquél que es mi dios

en el lugar de la luz y el calor

en el lugar del mando

el florido cacao está espumoso

la bebida que con flores embriaga.

Poema de Tlaltocatzin,

Chocolate, fiesta de dioses

Chocolate, fruta sagrada

Chocolate, fruta sagrada

Ese octubre hacía un frío fuera de lo normal en Barcelona. Como siempre, el anciano horchatero estaba en su esquina de la rotonda de Poblenou esperando ansioso la primavera.  Se animaba pensando en una estufa en la Rambla… una sopa caliente… bailar y bailar. Pasó un niño con un chocolate en la mano y sintió que con el aroma ya le bastaba. El chocolate es invierno, es familia, es reunión, es fiestas, es compañía, es calor… ¡Es de todo!

Manos a la obra, dijo el horchatero

Al año siguiente, en el obrador de El Tío Che el perfume a chocolate desbordaba las paredes, se extendía y la gente que pasaba inspiraba extasiada, el chocolate es un legado de los dioses- se dijo el anciano horchatero. Según el investigador Anselmo García Curado el árbol del cacao o cacahuaquaitl era un regalo del dios Quetzalcoatl, o serpiente emplumada, quien, engendrado de una virgen, se hizo hombre y luego se convirtió en una deidad amorosa y dadora de cultura. Dice la leyenda que una vez tuvo que partir y dejó en manos de su esposa, la princesa, los bienes de la ciudad. Esta fue saqueada y la princesa torturada , y como  ella no dio la información que buscaban los enemigos  fue castigada con la

Aztecas preparan su chocolate

Aztecas preparan su chocolate

muerte. Citando nuevamente a Anselmo García Curado: “Dicen que su sangre fertilizó la tierra y en ese lugar donde cayó nació un cacaotero, su fruto tendría sus virtudes, amargo como el sufrimiento, fuerte como la virtud de la princesa y pardo como la sangre”. Quetzalcoatl marchó al destierro, según la leyenda, y en las tierras mayas del sur, Kukulkan, les dio semillas de cacao a las mujeres para sembrar y él mismo les enseñó a tostar el cacao, a molerlo con agua de flores y a tomarlo. En el Popol Vuh, la biblia maya, relata que Hunanhpu, el rey de los mayas  también protegió el cultivo de cacao con devoción y cuidados excesivos. El dios náhuatl Tezcalipoca representaba la divinidad suprema, y en homenaje se le ofrendaban corazones y tabletas de chocolate. Si habrá tenido su magia el chocolate que Hernán Cortez lo probó y se lo hizo probar a  sus soldados que lo bebían para resistir, una sóla taza permitía darles energía para caminar durante horas.  En las naves de Colón los mayas llimonaicanellareduidoembarcaron telas, objetos de cobre y unas almendras que utilizaban como bebida y como moneda: El chocolate.  Se utilizaba en los ritos de iniciación como ofrenda a los volcanes Popocatepetl, se hacía con cacao y  agua. Se separaba la parte oleosa, y al líquido restante le añadían maíz cocido, luego lo cocían de nuevo y lo bebían tibio. El pinole era otra bebida en base a granos de cacao y maíz amarillo, al que le  añadían chiles de tabasco y luego azúcar y canela. Algunos historiadores decían que el chocolate tenía poder afrodisíaco por eso se servía separado, y en vasos de oro. En el mundo maya el cacao se representaba en el arte y era integrante de los momentos sagrados y especiales de la vida. Abundan toda clase de vasijas para guardarlo, vasos cilíndricos para beberlo y vasos estilo códice, en los que se representan ceremonias de la vida cotidiana de los señores con la bebida espumosa y sus recipientes especiales.

Parece que ya en los años 1400 a 1000 antes de Cristo, se hallaron restos de chocolate en los poros de utensilios de barro cocido.  Cuando la tripulación de Cristóbal Colón llegó a Guanaja, Islas de la Bahía, según cuenta la  bitácora de Bartolomé Colón, se encontraron con una enorme canoa de comerciantes indígenas en donde sus tripulantes protegían con celo los granos del cacao. En la época olmeca, en el imperio mexica, la bebida alcanzó su momento de esplendor, se tomaba como cacáhuatl (agua de cacao) entre los pipiltin (nobles) y los pochtecas (comerciantes prósperos). Es en este momento cuando se conoce en Europa, y su descubrimiento hizo furor, especialmente en el barroco.

Y lo sigue haciendo cada día, y nos sigue enamorando como la primera vez. Es por eso que cada noviembre el alma de la horchatería se vuelve de chocolate, y como cada año, lo celebramos enloqueciéndonos  con su aroma,  jugando con su textura, buscando sus secretos, haciendo nuevas formas, y agradeciendo su sabor. El horchatero centenario nunca más volvió a tener frío en su esquina de Poblenou.