Hoy El Tío Che miraba lejos, más allá de Poblenou como si hurgara memoriosamente en el tejido de la familia horchatera de Barcelona. Recordaba a los primeros horchateros y turroneros que llegaron a Barcelona con poco más que tres turrones, unas bolsas de horchata y a vender. Casi todos se instalaban en la feria de Nadal de Plaza Universidad, algunos en los porches del Portal del Angel, donde alquilaban la portería, y otros como la familia Iborra, que sólo hacía horchatas, en los arcos del Borne y en plena calle. Cuando se acababa el género de nuevo a regresar a Valencia o Alicante el tiempo justo como para dar un abrazo a la familia y volver con más de lo mismo.
La horchata es una bebida que quita la sed y hace fanáticos, tal vez esto fue lo que entusiasmó a estos pequeños comerciantes a hacer el negocio de oportunidad hasta su consolidación definitiva en la ciudad. El primero fue Manuel Arnal, alias El Tío Nelo quien sensibilizó definitivamente los paladares enamorados del sabor de las horchatas. Ya sabemos, Barcelona es una ciudad tan abierta como curiosa a las cuestiones del paladar. Si algún sabor es bueno, llega para quedarse.
Dicen que Manuel Arnal, el popular “Tío Nelo”, atendía vestido de “llauraor” (labrador) y sus camareros le seguían en esto de ir por la vida de valencianos hasta con la faja y los pantalones a media pierna. Arnal enseño a los catalanes de toda clase y condición a deleitarse con una extraña bebida color blanco roto hecha con chufas trituradas. La gente bajaba a la Plaza de Palau a enloquecer con la horchata y los granizados de naranjas y limón. El negocio anduvo tan bien que luego se estableció en unos bajos de Les
Voltes d’en Xifré cerca de les 7 portes hasta que en 1888 después de la Exposición Internacional desapareció.
Las horchaterías de Barcelona que le siguieron se instalaron a finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Los fundadores de muchas de ellas procedían de Jijona, por lo que también eran especialistas en turrones. En 1850 llegaron los antepasados de la familia Planelles, y en el siglo veinte muy a los comienzos, la familia Cortes, nosotros los Iborra, alicantinos de la Nucia, y posteriormente, la familia Sirvent, en los años ’20. En la actualidad, las que todavía se conservan ofrecen, además de turrones y horchata, helados de elaboración artesanal.
Las primeras horchatas se vendían heladas y como si fuera nieve para conservarlas y protegerlas del calor. Con una heladora en la mano y en la otra unos vasos y un cucharón para servir, los maestros horchateros iban por las calles de la ciudad febril del verano para alegría de grandes y chicos. Explican que algunos horchateros a fines de primavera salían con un colchón, tres sillas, una paella y seis heladores a las ciudades y pueblos. Así, haciendo horchata y vendiendo mantecados y turrones se hacían la vida todo el año.
No sabemos cómo han sido en detalle las vidas de las familias horchateras, que son pocas. Pero no caben dudas que entre todas y cada una con su especial horchata artesana y natural hemos acercado a varias generaciones una bebida singular, nutritiva y con propiedades únicas que como todo lo bueno es simple: sólo chufa, agua y azúcar. Ni más ni menos.
La historia de los primeras familias horchateras de Barcelona. Te invitamos a leerlo y compartir.