Al horchatero le brillan los ojos. Todavía guarda en ellos los fuegos artificiales del cierre de la Fiesta Mayor. Hasta el año que viene quiere que sigan ahí. También ha guardado las caras de los niños y su asombro. Y los hombros de los padres, más fuertes que Hulk y tan altos como nadie… Y el fuego, porque aunque sea horchatero y no bombero, lleva encima un amor piromaníaco que no veas. Siente la traca y el corazón le late. Ni que decir cuando llegan los Correfocs y los peques comienzan con el susto, la risa y el llanto todo mezclado. Ya quisiera ir detrás de ellos, pero a él, horchatero centenario de la horchatería de Poblenou, también, le toca esa noche su esquina de toda la vida, aunque con las chispas que le caen ya le vale.
Y como comparte alma y cuerpo con els Gegants, nomás ver al Lloro del 36 le caen las lágrimas. Ni qué decir con Bernat y la María, son como de la familia. A él también le gustaría estar allí, de desfile, con unas buenas alpargatas, pasito a pasito, pero no, lo suyo es al lado del árbol y dejarse mimar por las miles de caricias pequeñitas con helado, leche merengada, horchata y lo que sea. Las de todos los niños del barrio, porque no hay uno que no le deje su dulce huella de amor puesta como un beso.
Todavía se ríe de Els Diables, brutales, feroces, salvajes, ¡diabólicos!, para qué ocultarlo, y hay que ver como dicen la suya a los cuatro vientos, y al que le toca le toca. Una vez al año no está mal, la verdad duele pero hace reflexionar. Y ya le vendría bien a más de uno esta catarsis, única y sanadora. Los demás días son para estimarse, y cuidarse, en la tierra como en los grupos del Facebook.
También le hubiera gustado cenar con los vecinos, anda que le contaron de unas butifarras de miedo. Y que el arroz estuvo como nunca, y las fideúas y las graelladas…Orgullo de barrio, con mesas a la calle, y si llueve, llueve. Porque en este barrio vive gente que se moja, se ha mojado y se seguirá mojando. Porque así somos en Poblenou.
Cómo se divertía con la música indie, y la zumba, y la salsa, Madre mía, y las Mamelles y los cantautores, porque ahí, como lo ves, le llegaban los sonidos y cuando nadie lo veía, bailaba, porque el baile libera endorfinas, y él últimamente va estresado. Él que es un joven de 105 años ha vivido muchas fiestas mayores, unas fiestas mayores muy diferentes: con misa, desfile de caballos, fuegos artificiales y sardanas y otras, como las nuestras, obra de la gracia, el trabajo y la creatividad de muchos. Por los ’40 los trabajadores del barrio se decidieron a divertirse, hartos de vivir para el trabajo y allá fueron. Porque estas fiestas son hijas de cientos de vecinos, asociaciones, cooperativas y colectivos que se dejaron la piel y sus ideas, y las manos y su tiempo para que hoy sean lo que son. ¿Quién puede dudar que Poblenou es un barrio vivo? Recuerda a las pubillas. Se elegía a la guapa del barrio. Eran tiempos diferentes, donde se premiaba la belleza, hoy a quién se le ocurriría. Pero lo cierto es que era una pubilla más guapa que la otra: la Montse, y la Anna, y la Joana y, a él le gustaban todas, para qué negarlo. Todavía ve pasar a la Dolça va con su bastón y muy erguida, porque en este barrio los iaios y iaias no se cansan de vivir. Según él, la chufa nos hace eternos.
¿Y las bombillas? En tiempos de la transición para iluminar la Fiesta Mayor los vecinos acordaron aportar una bombilla de sus casas para dejar atrás oscuridades, y recuperar el verdadero sentido de una celebración como Dios manda.
Pero quiere ser sincero, de toda sinceridad, aunque no ha habido Fiesta Mayor que no dejara su alegría y su nostalgia, el día que vio a la Tere, a la Tere de la horchatería El Tío Che, sin delantal, y fuera de la tienda, el día que la vio con el micrófono, en el escenario, de pregonera de Festa Major, representando a la tienda, ese día no se podía sostener sobre sus piernas de cartón piedra. Ese día se salía de su chaqueta, como ese día no hubo. Nadie de la familia se lo esperaba, gente de horchatas, helados, gente de sonreír y si el cliente está borde, sonreír el doble, y ponerle un poco más de helado, por favor. Como ese día, de verdad, no hubo. La Tere agradecía con todas las palabras, y con todo el sonido, y con todos los colores, como para que no quedaran dudas. Ella agradecía los cien años recién cumplidos, y a todos los caprichosos del barrio que se dieron el gusto de elegir nuestro sabor. Que al día de hoy ya es uno de los sabores de Poblenou.