A Josefa, Gerónima y Maruja, incansables, que

nos dejaron su ejemplo en la Horchatería centenaria de Poblenou

El horchatero centenario celebra el día de Internacional de la mujer. De la mujer trabajadora, de las trabajadoras de Poblenou, de las que se dejaron la vida en el Canem, las Selfactinas, las mujeres de Can Saladrigas, las que sin duda humanizaron el barrio.  Poco se sabe de vidas particulares, pero buscando buscando alguien encontró unos testimonios de las mujeres cooperativistas, entrevistas que realizó la Asociación Món Comunicació, y tal como va a explicar  Julia López directora del documental: “las mujeres tuvieron un gran protagonismo en el mundo cooperativo, aunque no pudiesen ser socias de hecho.  Nosotras con nuestro documental queremos aportar el primer grano de arena en la tarea de recuperación de la memoria histórica de las mujeres”.  Y cuál fue la sorpresa al encontrar los testimonios de la entrañable Carme Piqué, de la cooperativa La Artesana,  Antonia Prades de la Flor de Mayo, Maite Doñate de Pau i Justicia e Isabel Ponsá, vecinas del barri.

Sus padres eran socios de cooperativas, al principio eran ellos mismos quienes se ocupaban de la distribución y se organizaban después del trabajo y lo hacían por turnos, pero luego contrataron trabajadores sobre todo mujeres que no podían ser socias, a no ser que la junta de hombres les diesen un permiso especial y un carnet alguna viuda o como hijas de. En la última etapa republicana las mujeres fueron aceptadas como integrantes  y finalmente, podían acceder a médico, comadrona, tocología y protección a la infancia durante los dos primeros años.

El horchatero centenario de Poblenou  recuerda, porque él está en Poblenou desde un incipiente siglo XX,  que ellas llevaban adelante las cooperativas sobre todo en las tareas de cara al público o como cajeras, y lo que nunca se reconoce, desde las ideas. La Flor de Mayo en 1929 fue la primera cooperativa que aceptó socias. Se igualaron derechos de mujeres y hombres. Decía un líder cooperativo: “Nos situemos en algunas de las secciones de ventas de nuestras sucursales para medir el grado de disciplina que mueve a nuestras mujeres en efectuar sus operaciones de cambio de moneda, cotizaciones de aportación al capital social, compras y liquidaciones de caja. En el fondo de esta conducta tan ejemplar creen acertar que comprenden perfectamente la misión social de la cooperativa y que están soportadas en sus propias virtudes”, según relato de un líder cooperativista. Dice la investigadora Isabel Segura, cabe recuperar la presencia significativa que van a tener las mujeres en el mundo del trabajo, el asociacionismo, y el cooperativismo del siglo XX.

“En la mayoría de los casos, un zaguán o unos bajos de alquiler para que las familias que se habían embarcado en la aventura vendieran vino, aceite, harina. Compraban al por mayor para tener rebajas y, como eliminaban intermediarios, podían vender a buen precio. Los beneficios se reinvertían, y poco a poco aquellos locales crecieron, diversificaron la oferta y se convirtieron en los antecesores de los actuales supermercados. Pero con una enorme diferencia: no sólo buscaban la rentabilidad económica, sino el bienestar de los cooperativistas”. Domingo Marchena, Jordi Fossas, arquitecto, La Vanguardia, 2015.

En 1940 las cosas cambiaron. Aunque Poblenou siempre ha sido un semillero de la cooperación social y el asociacionismo. Un vivero de experiencias autoorganizadas de vecinos y trabajadores. De sociedades de oficios, ateneos, sindicatos, mutuas, escuelas racionalistas, corales, grupos excursionistas y cooperativas de consumo. Desde 1870 a 1939 hay una veintena de cooperativas: La Magnolia, La Fraternidad, que aún suenan en la memoria colectiva. En la esquina entre Pallars y Maria Aguiló ya había una cooperativa de consumo: L’Unio del Poblenou, ubicada en la Teixidora. La cooperativa La Flor de Mayo fue fundada en 1890 y a principios de siglo adquirió notoriedad. Abrió nuevos locales en Sants, Can Antunez, La Sagrera,  también compraron unos grandes terrenos en Cerdanyola, con granja, escuela de formación, campo de deportes, y lugar de relax que ahora administra la diputación de Barcelona.

La Flor de Mayo fue la más importante cooperativa de Catalunya y contaba con 32000 socios y parece que unas 5800 personas recibieron ayudas de enfermedad. En 1940 la cooperativa celebró una fiesta de 50 años de cooperación.  Inicialmente se unieron 16 trabajadores toneleros y serán los primeros en darse cuenta del potencial que tenía unir trabajo y consumo. Esta cooperativa al igual que otras para poder dar precios competitivos se unió con otras del mismo estilo. En este caso en 1912 lo hizo con la Obrera Martinense  de Camp del Arpa. En 1918 se fundieron con la Hormiga Obrera de Sants. En 1925 eran 120 personas. Las cooperativas se convertían en productoras y en sus sedes se fabricaba el pan y se distribuían las carnes provenientes de la matanza propia y se reservaban  jamones y embutido. También se fabricaban zapatos, ropa, vestidos.,

Otras cooperativas tenían una amplia función social. Todos los reglamentos internos de las cooperativas aprobados por las asambleas les hacían incorporar pensiones de invalidez y vejez para socios, y los van a convertir en un referente innovador de la seguridad social de la clase obrera. Pau i justicia va a nacer en un  local pequeño de Almogavers y cuando va a crecer se va trasladar a un edificio entre las calles Batista y  Pere IV. Tenía 578 asociados antes de la guerra y 1250 en la década de 1960.  Ofrecía teatro, biblioteca, coral, ajedrez, excursionismo, vivienda cooperativa y una escuela  y las mujeres eran el alma mater de esta cooperativa. Según relata Maite Doñate Capallera en el documental sobre las Cooperativas de Poblenou y las mujeres,  entró a trabajar sin contrato a los trece años. Su padre estaba en la Junta,  no le parecía bien, pero no se podía negar porque no quería estudiar y pensó que cuando comprobó la dureza del trabajo y las horas volvió a estudiar. Le agradaba mucho, de cajera, vendedora, responsable de sección, después dejo el trabajo cuando tuvo a sus dos hijos y volvió años después a finales de los sesenta, pero ya era otra cosa. “Había muy buen ambiente, en la tienda, como en la cooperativa. Había teatro, lugar para bailar, y reunirse, hacer fiestas, tengo unos recuerdos muy gratos”, dice. En los sententa, la cooperativa se había convertido en un supermercado, aunque hacían muchas actividades. Pero la gente prefería comprar en otros lugares y tuvieron que cerrar. Isabel y su hermana Paquita Ponsá van a trabajar muchos años seguidos en esta cooperativa, hasta a mediados de los sesenta. Y aunque no estaban casadas su padre va a morir cuando eran jovencitas y fueron consideradas como socias, más que como empleadas que cobraban un sueldo fijo. La Económica del Poblenou estaba en calle taulat 93 pero no queda vestigio. Creemos que era de 1893 que ya la formaban cuarenta asociados. En 1920 la sociedad contaba con 200 miembros pero atravesaba problemas económicos y estuvo a punto de desaparecer. Pudieron salvar la situación gracias a la adquisición de unos terrenos a precio razonable. Había una tienda, despacho, el almacén, un horno y una sala de matanza. En el primer piso había  una sala de café, un pequeño escenario. En el piso de arriba estaba la sala de juntas y biblioteca. En 1931 dones flor de maig 1923dejó de existir.

Antònia Prades y Martí entró de aprendiza de la sección de ropa de la cooperativa a los catorce años. Hija de un carpintero y una modista que trabajaba en su casa, es la memoria viva de cómo era la Flor de Mayo en los años ’30: “Primero se entraba a la tienda, después a un cuartito pequeño donde había un despacho que daba a la escalera, y a veces salíamos por allí. Se entraba a una puerta de reja y estaban los depósitos de vino. Seguías y estaban los vestuarios de las dependientes y después el almacén donde entraban los coches que hacían el transporte.  Más adentro estaba la panadería y en el piso  de arriba se hacían las butifarras y los llardons.  En el entresuelo había un rincón de la tienda con estanterías y lleno de piezas de ropa, ropa blanca, lencería, tejidos, estampados, de seda, había de todo.  Después en la otra mitad del piso había espardenyes de toda clase, y las espardenyers que las hacían. Yo daba vueltas por todos lados, me tocaba aprender de todo, todos me daban trabajos, limpiar cada día la tienda, coser botones… Después la lencería, aprender a tomar medidas…En la sección de ropa había cuatro dependientes: la Amparo, la Remei, la Pepita y la Julia. La cajera se llamaba Antonieta y llevaba la caja del cambio. También estaba la caja de pagar lo que compraste que la llevaba un empleado. Todo era moneda de la casa, pero entraba alguien a comprar y traía monedas de las otras, las

Moneda de Flor de Mayo

Moneda de Flor de Mayo

aceptábamos. Generalmente todos buscábamos céntimos para el cambio, porque cada año según lo que habías comprado te daban el tanto por ciento de beneficios y te tocaba más o menos, pero al menos te tocaban los turrones de Nadal. En la sala de café había un pasillo largo que comunicaba con una sala grande con vidrios donde jugaban al billar. Después seguía el despacho del administrador. Un tal Anglès, un señor muy alto, bien plantado, un hombre de 70 pico de años, muy atento y servicial. Como aprendiza cobraba tres pesetas a la semana que con los años se convertirían  en un duro semanal.  También conocí de primera mano y trabajé en otras sucursales haciendo sustituciones. “Los dependientes de las cooperativas eran de todo, igual despachaban zapatos, collares, collarcitos, pendientes, vestidos, después también estaba la sastrería. Estaba el sastre que cortaba y hacía, tenía las piezas allí. Trabajaba en múliples lugares: Sastrería, carnicería, cajera, y en muchas sucursales. En la número “A la número 7 de La Sagrera, en la número 5 de Pere IV y también en la sucursal número 4 de la calle Muntanya. Esta última era una sucursal donde trabajábamos mucho, la dependienta era parienta nuestra, sobrina de mi padre. Una dependientaza[i] (de Espardenyeria y sastrería de la seu central (1925) Autor, Luciano Roisin.). Marc Dalmau y torvá, la ciudad invisible.

El horchatero centenario de Poblenou no sabe cuánto puede comprender quién no ha vivido para contarlo… si por un instante pudiésemos imaginar a aquellas mujeres participativas, inteligentes, curiosas, y el  enorme esfuerzo que realizaron para poder ser parte, seguramente, tomaríamos su ejemplo. Porque el ocho de marzo, lejos de celebraciones de género, es un reconocimiento a aquellas mujeres que nos increpan con su actitud, con su grandeza y sus deseos de superación. Frente a ellas estamos en deuda.