A horchatería El Tío Ché el 2012 le pasa ante los ojos como una película. Le llegan las imágenes de los preparativos de la fiesta, porque, si alguien no sabe, este año celebró sus cien primeros años. Ve las conversaciones que mantuvo con la Colla del Drac, en la última mesa, la que mira a la Alianza, cuando Manel, su alma mater, dibujaba en el aire el desfile del Drac, de la Vibria, del Estarrufadet, y aun parecía un sueño. No imaginaba como podía ser una fiesta si durante un siglo lo único que se hizo fue trabajar. No imaginaba un día de descanso cuando la gente hace la cola para endulzar aún más la tarde. Porque parece que cuando se está feliz es cuando más ganas hay de una horchata bien helada.
El sólo sabe que cuatro generaciones durante 36.500 días de su vida, sin contar los años bisiestos, hicieron bondad al trabajo. Primero con las horchatas, y luego por esa pasarela de sabores a lo largo de la vida a la que se sumaron los helados, granizados, frankfurts, turrones, y … una larga lista creada con la exclusiva intención de mimar a los vecinos de Poblenou, los que cada día regresan a hacer barrio, a intercambiar novedades, a darse un gusto.
El Tío Che no sabe si fue un sueño, pero recuerda la emoción fuerte que recibió: Una mañana de junio al levantar la persiana encontró en la rotonda muchísima gente subiendo banderines a los árboles, ¡Con su imagen! A las personas sencillas les da timidez hacer ruido, pero él quiso agradecer, y a veces para hacerlo ¡Son necesarias hasta las tracas! Recuerda también que en una esquina de la rotonda una peña inflaba globos de colores, y otra subía una pancarta… No sabe si soñó, pero todavía siente en los oídos la música de tantos saludos y felicitaciones por lo tanto, está por aceptar que ha sido de verdad. Debe ser verdad porque le vuelven las palabras de agradecimiento de Tere, y el timbre de su voz emocionada. Tere pertenece a la familia propietaria, para quienes no la conocen, porque ahora El Tío Che tiene amigos de Japón, Alemania, y de lugares que no habíamos escuchado: como Picardía, en Francia. Pues, sí, es cierto. El aniversario se celebró por todo lo alto. (Y lo bajo, porque había cientos de niños y a ellos nos se los busca en las alturas) ¡Es que llegaban los vecinos, uno tras otro! Son muchos años en la misma esquina. ¡Eran cientos de vecinos! Era el barrio entero que se vino a sumar a la celebración. El barrio y sus autoridades, el barrio con sus iaios, con sus bebes, con su memoria y sus prisas del día a día. El Tío Ché no lo comentó con nadie, pero en su interior sabía que esta gigantesca movida no se debía al centenario de la horchatería, sino a que su amistad con Poblenou ese día hacía un siglo. Y por esto la música sonaba tan alto, y las palabras llegaron a convertirse en un pregón, en una suave canción que una brisa de junio desparramó en el mar.