Mira por la ventanilla, está de camino. Como siempre en estas fechas el horchatero de Poblenou se despide de la esquina, silencioso. Le gusta volver a sus orígenes porque sólo así los sabores de su tienda mantienen la esencia. Aunque lamenta perderse el carnaval de Poblenou, tiene otros planes entre manos.
Hace el camino inverso de cuando vino a Barcelona desde su Nucía de origen. Ciento cuatro años- se dice- varias vidas, tantas generaciones y todavía sigo unido a este paisaje. En el cruce de caminos entre el mar y la montaña siente que el corazón le dice cosas. Le gusta llegar a la Nucía y subir al monte del Calvario para mirarla desde arriba, que es así como la sueña, su lugar de juventud, tan cerca y tan lejos.
¿Qué hubiera sucedido si ese barco que lo llevaría a América hubiese llegado a tiempo? ¿Dónde estaría ahora? Muchos salieron a buscarse el futuro, otros se quedaron, unos cruzaron el charco y unos pocos alicantinos eligieron contagiar gota a gota, en Barcelona, el placer de tomar una horchata recién hecha de chufas bien chufas. Ese placer que fue transmitido de abuelos a padres, de padres a hijos, a nietos, bisnietos y toda la cadena de feligreses, adictos y devotos de esta bebida blanca, suave, fresca, con sabor único, que tiene la gracia de hacer que la mitad del mundo la ame y la otra no tanto. Como sucede siempre con las cosas del querer.

Secadero de chufas
Va para su tierra del pasado y al mismo tiempo piensa que pronto en su barrio del presente y del futuro explotará el carnaval, el mejor del mundo y alrededores. No por sus disfraces, ni por la música, ni por las carrozas, aunque también, pero más por la participación de la gente, porque si hay un barrio que está al pie del cañón, ese es el suyo. Las escuelas, los comerciantes, la Colla del Drac, els Gegants, las entidades, no queda nadie fuera, por esto es que las carrozas, la música, los atrezzos y la escenografía son tan bonitas. Porque en Poblenou los vecinos tiran y tiran y tiran y entre todos se hace belleza.
No solo va a la Nucía, donde el amor lo lleva por estos días, también se dejará llevar por sus manías de horchatero centenario: Quiere ver cómo se secan las chufas. Le entusiasma ver la gran cantidad de frutos secándose en l’horta valenciana. En las alquerías y barracas se cuidan los tubérculos como si fueran oro, se los acuna, arrulla y mece para que pierdan su humedad de manera equilibrada y todos alcancen la sequedad justa al mismo tiempo. Ese aroma a chufa húmeda es una promesa a futuro, esa chufa tierna será en pocos meses un grano dorado y con la humedad justa, limpio, de tamaño parejo, de sabor equilibrado, donde cada fruto transforma el almidón en azúcar y adquiere el sabor que enaltece un vaso de horchata. Este horchatero de dos mundos y de más vidas que un gato cierra la persiana de la tienda, despacito para que nadie lo vea, y deja un cartel que dice desde el 11 de enero hasta el 11 de febrero esta gran familia se toma un descanso. Y esperamos que así sea.