El Tío Ché mira al equipo de colaboradores con un orgullo centenario. Durante los preparativos y los dos días de fiesta no dejaron un solo detalle sin cubrir dentro y fuera de esa esquina donde la vida parece fluir con tanta naturalidad. Atendieron con la velocidad del rayo a la multitud que hacía colas para tener su helado, al local, que lucía limpio como un laboratorio, al regalo que no debía faltar junto a la compra, a la horchata para todo el mundo, a los doscientos helados para los niños artistas, a todo. A todo y con una sonrisa, como quiere El Tío Ché.
En El Tío Ché hay una base de confianza que es frecuente en las empresas familiares bien avenidas. En épocas pasadas llegaban aprendices desde otras regiones, y se quedaban a vivir en la misma casa, como si fueran parte de la familia. La cuarta generación, todavía recuerda cómo en el verano los Iborra se multiplicaban. Estas prácticas han desaparecido, y aunque los jóvenes colaboradores ahora son estudiantes, el trato familiar se perpetúa, y el cliente lo recibe.
Hay salidas de grupo, hay comidas, hay alegría, toda la que se puede permitir cuando hay un minuto de respiro entre helado y helado. Pero sobre todo hay valores, los mismos valores inmutables que trajeron los primeros, los que llegaron de la Nucía. Organización, trabajo bien hecho y cariño para dar felicidad, así el sabor dulce y refrescante de lo que todo el mundo viene a buscar se ve manifestado en cada una de las pequeñas actitudes.