
Entierro de la sardina, Goya.
Al horchatero centenario si algo le divierte del Carnaval es el entierro de la sardina. Porque eso de velar una sardina, sacarla a pasear colgada de una caña de pescar, con un cortejo fúnebre de deudos compungidos y un posterior entierro, cosas veredes, Sancho.
Pero todo tiene su lado racional, si es que los mitos y sus rituales fueran razonables, que no lo son. Los entierros suelen ser desfiles carnavalescos y se quema una figura simbólica que puede ser una sardina, o representante ad hoc. El lado lógico es que Carnaval termina un miércoles de ceniza donde el pasado queda atrás, incinerado, en este caso, para luego renacer de esas cenizas nuevo, nuevecito.
Otra versión es que se acaba el jolgorio de la carne, del pecado, y se vuelve a la purificación de la cuaresma. No olvidemos que después es la Pascua, y hay que estar sanos de mente, cuerpo y alma.
Con el entierro, dicen otras vertientes, que se llama al pueblo a hacer bondad, que de fiestas ya estamos servidos, y que en algún momento hay que ponerse serios, pero ¿Porqué justo en primavera, cuando la sangre se altera?
Desde tiempos inmemoriales se enterraba la sardina como sinónimo de stop fiesta, a currar que hay que pagar las cuentas. Pero, mientras disfrutemos.
El Carnaval es desenfreno: tiene su comienzo en un día de comida lujuriosa, el jueves lardero , coronado de tortillas fritas, con todo lo que quieras ponerle a una buena cantidad de huevos bien batidos. En Poble Nou, el horchatero delira por probar todas esa invitación al colesterol del bueno y del malo, porque ni falta la creatividad, ni el buen aceite de oliva.
Lardero viene de lardo como llamaban a la grasa o manteca de cerdo, del latín lardarius, tocino. Entre nosotros Dijous gras, jueves graso. Y esto no viene de hoy, en las antiguas Saturnales, las festividades paganas romanas en homenaje a Saturno se hacían tortillas con harina y grasa de cerdo y se iba al campo a saborearlas. Nosotros les llamamos chicharrones, pero ya más controlados, los sustituimos por huevos. ¿Quién ese día no tiene un resabio memorioso y el deseo de una buena tortilla? Porque ya sabemos que el paladar tiene memoria.
Comienza con tortillas y cierra con el entierro de Doña Sardina.
Los murcianos no se miden en esta celebración final: celebran el entierro con una quema fallera en forma de sardina gigante y un castillo de fuegos artificiales. La fiesta se ha declarado de interés turístico internacional. Fiesta pagana como pocas, se rinde culto a dioses de diversas mitologías. Según Antonio de Hoyos:
“[…] Así que la fiesta llega a alcanzar el dramatismo litúrgico de los misterios de Eleusis. La luz de las antorchas y el ritmo acelerado de los pulsos, mientras Dionisios gobierna y patea, prepara el reventón de los odres, y el vino corre y enloquece. […]Se incorporó a Murcia esta fiesta por natural condición de la tierra, y mimetizó el pasado sin alterar apenas este presente que cierra con fascinante algarabía las fiestas de primavera.”
Hoyos compara el entierro con los Misterios eleusinos por que al igual que en Murcia, la antigua tradición ateniense contaba con una procesión burlesca que podía acabar en el jolgorio y desenfreno propios de la celebración.
Goya a pincel suelto ha representado el entierro de la sardina, fin del mundo al revés, fin de la transgresión, fin de los instintos a toda pastilla. Vuelve el orden, y el caos a mantita y sopa, como si nunca hubiera existido. Goya pinta a soldados, campesinos y bandoleros a pincel suelto.
Durante la dominación francesa Fernando VII prohibió las fiestas por las burlas inclementes a la monarquía. Todo tiempo pasado fue peor.
Al igual que en Murcia, la antigua tradición ateniense contaba con una procesión jocosa que podía acabar en el jolgorio y desenfreno propios de la fiesta. El triunfo de Carnal sobre Cuaresma.
Los elementos del entierro son:
El pez, el fuego purificador, los dioses paganos, que dan nombre a los grupos de sardineros. Los sardineros y sardineras, hachoneros y hachoneras, con sus vestimentas largas y a rayas, con pañuelos en la cara para protegerse delhumo, el silbato, para alborotar a diestra y siniestra, las carrozas.
El horchatero centenario de Poblenou celebra a Doña Sardina, su entierro y a toda celebración que nos convoque en las calles de Poblenou. Adora ver como en su esquina brota por unos días la locura, los abrazos, las sonrisas y una energía esperanzadora que viene a renovar el barrio de nuevos aires.