El horchatero centenario sabe muchas historias, además de saber hacer horchatas, y leches merengadas, helados y granizados. Le gusta recordar y guardar pruebas en recortes amarillentos, como éste publicado en la Ilustración Artística, una revista ilustrada publicada en Barcelona entre 1882 y 1916:

 “Buffalo Bill (o sea Guillermo el Búfalo, sobrenombre que se le dio a causa del número considerable de Búfalos que mató durante su accidentada existencia de cazador y de jefe de exploradores) es de elevada estatura, de musculatura de acero, mirada franca, rostro bondadoso, cabellera larga flotando sobre sus espaldas, gracioso, esbelto y elegante: en suma, un cumplido caballero. Dueño de una gran fortuna, miembro del Parlamento a donde le llevaron los sufragios de sus compatriotas agradecidos. A los inmensos servicios que les había prestado, concibió el coronel Cody, la feliz idea de reproducir en todos sus aspectos, con la más escrupulosa exactitud, la vida original y peligrosa de sus compatriotas del Far West y las luchas que hubieron de sostener con sus implacables enemigos , los pieles rojas, y asociado con Note Salsbury, eminente actor americano, y con M. Crawfort, renombrado escritor y periodista de gran talento, ha podido ver realizado su proyecto organizando una compañía completa y presentando un espectáculo cuyas principales escenas reproduce nuestro grabado, en donde, además, se ven los retratos del coronel y de Camisa encamada, jefe de los salvajes. El cambio de caballo es un episodio del sistema de carreo tal como se hacía en aquellas inmensas llanuras americanas antes de que por ellas circulara la locomotora; la captura de los caballos salvajes y de los búfalos por medio del lazo es uno de los cotidianos ejercicios de esos cowboys en cuyas manos es el lazo un arma tan terrible como el rifle: las danzas de los pieles rojas simulan cazas con arco y flecha y encarnizados combates en los que los gritos más estridentes desempeñan un papel tan importante como las armas mismas. La reproducción de estas escenas constituye un espectáculo extraño y original que interesa y sorprende. Con tales elementos y con la manera admirable cómo los ejercicios se ejecutan es natural que Buffalo Bill y su compañía hayan obtenido extraordinario éxito en todas las ciudades en donde hasta ahora han trabajado.”

A prueba desafiante de animalistas, y convivencia respetuosa con todos los seres del planeta, Búffalo Bill se cargó a media humanidad piel roja, bisontes y búfalos, y fue tal su fama que omnubiló con su legendaria presencia a ingleses, franceses y españoles. Búffalo Bill estuvo en Barcelona, y quien dice Barcelona puede suponerlo en Poblenou, y también en la horchatería, pero eso ya pertenece a la fantasía porque en aquellos tiempos ¿a quién se le ocurriría hacer un tour por Poblenou, barrio gris de currantes y currantas a tiempo completo? Porque nadie, por más Búffalo que fuese intuiría el sol que teníamos dentro, y que seguimos teniendo.

Desfile inaugural de Búffalo Bill en Barcelona

Lo cierto es que William Frederick, su nombre real, era una leyenda ganada a pulso en sus intrépidas hazañas como explorador y soldado del ejército americano, durante la guerra civil y después, después de haberse cargado a los indios y a los búfalos. El oeste americano, gran preocupación de presidentes, poderosos y poderositos era su reino, así que el hombre era consultado por su expertice en el tema incluso por la realeza.

Con medalla de Honor y fama acumulada después de haberse dejado la piel en el Far West, Búffalo Bill se decidió a reconvertirse en empresa de espectáculos y así fue que Europa tuvo la oportunidad de fascinarse con esta leyenda viva. Al despedirse de las armas, con los restos de gesta que le quedaban todavía, dio una vuelta de tuerca y vino a la Exposición Internacional de París de 1889 a lucir su épica y sus protas: ¿Te imaginas cerca de doscientos indios y pieles rojas, convertidos en una suerte de compañía circense? La expectación fue inmensa: el barco que los traía, las colas para comprar las entradas en el hipódromo de Aribau, la curiosidad de ver a los pieles rojas y a los indios, con una dosis sobrenatural de paz y amor, porque qué hubiese sucedido si se les daba por volver a las belicosidades del pasado?

El horchatero de Poblenou, El tío Che, mantiene los recortes como un tesoro, como uno de tantos, privilegios de quienes viven más de un siglo. Imagínate por un instante la llegada al puerto del vapor Palma procedente de Marsella con todo el elenco. Indios y vaqueros, es decir, los restos exhaustos de la conquista del lejano oeste. Montaron a caballo, y simularon los ataques de los indios a una caravana de carretas, la batalla de Big Horn, y el robo a una diligencia. Parte de la troupe se enfermó, tal vez de éxito, pero también de gripe, cólera y viruela y dijo la prensa en su momento que hubo muertes. En el hospital de la Santa Creu hay un registro que dos de los sioux tuvieron viruela, pero muertes ninguna.

Querrás saber el final de la película: El mito Búfalo Bill acabó arruinado. La compañía entró en quiebra y en Nueva York se celebró una subasta con todas sus pertenencias. De la ruina ni siquiera se salvó “Isham”, su caballo blanco vendido al mejor postor. Suerte que el nuevo propietario del animal se apiadó de él y lo devolvió a su antiguo dueño. Según el diario “La correspondencia de España”, cuando Búffalo Bill supo que su caballo iba a volver con él, lloró y lloró. Luego, cuatro años después, Will Cody, es decir Buffalo Bill murió. Y murió. Pero Barcelona vivió su propio western.