Fue hace un año. Los vecinos no se enteraban demasiado: Una tarima en la rotonda, cables, banderas en los árboles,  globos, los amigos de la Colla del dragon para blogDrac poniendo las hileras de tracas, y la horchatería, nosotros, colocando los cientos de vasos de horchata sobre unas tablas gigantes, las cámaras, y algún Drac dándose unas vueltas por allí, las cámaras de los medios y otras actividades de día festivo.

Hemos crecido todos juntos en el barrio. Ellos y nosotros.  Nuestros bisabuelos y los suyos, los abuelos,  los padres, los maridos y los primos. Nuestros hijos y sus hijos. Y los nietos, sexta generación que asoma ya por el escaparate para alcanzar el mostrador, subidos al escalón para llegar a la meta, con su hilo de voz reclamando su helado pequeño, su Patufet. En esto de vivir ya ha venido nuestra nieta, una peque con presunciones de maestra de ceremonias cada vez que nos visitan los niños de la guarde. Cada año vienen a aprender cómo se hacen esas cosas tan ricas que se llaman horchatas, helados y granizados.

A nosotros también nos costaba entender qué significa tener cien años, ya ciento uno. Son pocas las empresas centenarias y en nuestro caso lo hemos ido sumando generación tras generación ( Y las que faltan por llegar… )

Pero cuando hicimos la fiesta lo descubrimos. Cuando un teniente alcalde de la Barceloneta que hoy tiene más de noventa años recordaba la horchatería en listos para largar... horchatatiempos del puerto  … Cuando un señor muy mayor nos explicaba que de pequeño venía con su hermano a comprar unos helados al corte, pero cuidadín con las asimetrías, no fuera cosa que al hermano le dieran el más grande. Tiempos de mucho cuidar el dinero. Los céntimos escaseaban. Ese día recibimos muchas historias: la de María, la vecina que recordaba el día del bombardeo en nuestra tienda de la calle Wad ras, lo que nos trajo para la esquina de hoy y donde pensamos quedarnos. La de Rosa que se quedó esperando horas al amor que no llegó. Muchas historias y mucho cariño De la gente que vino a colaborar en la fiesta, por el simple hecho de ser del barrio. De los amigos que llegaron con la camiseta puesta a servir los cientos de litros de horchata que se despacharon en poco más de media hora. Del gobierno de hoy, y el de ayer, y el de otro tiempo. Todos juntos, aquí, diciendo lo suyo y celebrando por todo lo alto. De los niños con sus dibujos. De la explosión de aplausos cuando Las Mamelles de la Vibria desataron las notas de Las Xemeneis vora el mar, la canción-himno de Poblenou. De todos y cada uno que nos dejó un abrazo o un apretón de manos.

Teresa  en representación de El Tío Che, el cumpleañero, puso en palabras agradecimiento y asombro. Qué hacía ella allí, si en cada fiesta su lugar estaba en el mostrador. Ese día y los miles de días que entran en cien años. Ella, su familia y las cuatro generaciones que la preceden. Descubrimos que el Tío Che es eso. Mucho trabajo. Deseos de complacer. Sabores que están en la memoria. Cada horchata tiene el sabor de amigos, de veranos compartidos, de vidas hechas y por hacer. Cada horchata tiene el sabor de un barrio lleno de colores. Y estos colores son los que nos definen como gente que sabe valorar su lugar.