
Fruto del cacao
Cuando Hernán Cortés regresó a la península después de la conquista y se estableció en su ciudad Astorga para el matrimonio de su hija y el heredero del marquesado se eligió al cacao como parte de la dote. A partir de allí comenzó a tener relevancia este fruto adorado desde el siglo XVI. Y aunque la boda de María Cortés de Zúñiga, con Álvaro Pérez Osorio,marqués de Astorga no se realizó, lo cual enloqueció a su padre, el chocolate entró en España por la puerta grande. En especial por la puerta grande de la Diócesis de Astorga, en pleno, la primera que flipó frente a la primera taza de chocolate a la taza de sus vidas. Fue tan loco el amor y la pasión al primer sorbo, que los hombres de la Iglesia gestionaron ante el papa una bula de Cuaresma para que el chocolate sea considerado bebida, así evitaba a los ayunadores caer de bruces en el pecado. También los maragatos, encargados de controlar y distribuir los productos que venían de las Américas, le dieron al chocolate un impulso inusitado. Y el frío seco de Astorga, sin más esfuerzo que aportar su naturaleza, se encargaba de enfriar el chocolate en un mundo sin refris.
Un censo de la época dorada de Astorga, dio como resultado cuarenta artesanos del chocolate, lo cual era una exageración en una ciudad tan pequeña.
Ya no queda ni la décima parte de los chocolateros, pero algunos, los supervivientes, han ido lejos en la incursión innovadora, hasta el punto de producir chocolate con cecina, con garbanzo Pico Pardal, o con naranja, la joya de la corona de los productos de León. Tanto chocolatear Astorga ha creado el Salón Internacional del chocolate donde no se mezquinan en demostraciones, catas, cursos y master class impartidas por maestros chocolateros y restauradores de vuelo internacional.
Astorga se las trae con su chocolatofilia, ¡Mira que tienen un museo donde se exhiben 11000 piezas, no es poca cosa! donde en nueve unidades temáticas se despliega a sus anchas la historia del chocolate, su producción , la saga de los pioneros, las maquinarias, la publicidad y la antigua tienda de chocolate que regentaba Magín Rubio, un chocolatero famoso de Astorga. Nada falta en el Museo del chocolate de Astorga
Si la esquina más dulce de la Poblenou en diciembre tiene aroma a chocolate, imaginaros Astorga, cuando las 40 tiendas se preparaban para las fiestas.
Astorga es la leche, nunca mejor dicho.
Pero todo tiene su declive, y en el caso de Astorga el consumo de leche reemplazó al chocolate, y la tecnología no pudo ponerse a la altura de la industria láctea. Aunque el chocolate artesanal siempre encuentra un hueco en el mercado, y en el corazón de los fanáticos. Así es como surgieron los chocolates de leche con almendras, con pasas, negros finos con almendras, en polvo, cremas de untar…Y quien conoce Astorga sabe que La Maragatina no falla en esto de aromatizar esquinas y rincones urbanos. La Cepedana y Vda. De Ceferino Diez hace lo suyo, pero en la carretera que lleva a Madrid. Desde el coche se siente el aroma, y frente a esa provocación o te tiras del coche en movimiento, o te apañas para darte la vuelta y visitarlos. Gente de historia de piedra y moler el cacao, gente de chocolate en serio. Y de producción de maquinaria, porque en el siglo XIX quién se podría imaginar que en esta pequeña ciudad limpiadoras, molinos, refinadores para la industria del chocolate se exportaban a Alemania y otras ciudades europeas. Así Astorga llegó a competir en la década del ’40 con Lehmann, de Dresde, o Miralles de Cataluña.
Aunque no todo era industrial, en el siglo XIX se molía a mano en el metate, y los operarios trabajaban arrodillados para inclinarse sobre la pasta que amasaban. Muchas zonas de España mantienen vivo este culto a los pequeños obradores, y los dueños hasta se dan el gusto de personalizar chocolates al capricho de sus clientes. De la Costa Blanca, a la Maragatería, de Bilbao a Coruña, de Asturias al Delta de Ebro, Villajoyosa, Astorga o Santiago, son reductos que honran el chocolate, como Dios manda, con las manos y la piedra. En Galicia también hay obradores, así en Coruña era tal la pasión al chocolate que si no tenían cacao puro lo hacían con cascarilla, una variedad más económica y así fue como de los pueblos vecinos les llaman Cascarilleiros. El periodista coruñés Vicente Leirachá lo explica con todo detalle. «A principios del siglo pasado se empezó a aprovechar la lámina fina que cubre el cacao, la cascarilla. Se desayunaba mucho porque era más barata que el café y que el chocolate». Recuerda que para prepararla bien «había que echarle más azúcar que al café, porque tenía un punto importante de amargura».
El afecto al obrador propio es una costumbre del Mediterráneo, y en la horchatería nos gusta esta costumbre: no molemos el cacao, pero sí del mejor chocolate que conocemos hacemos piezas personalizadas, turrones de chocolate, turrones trufados, con frutas y licores y cada año, inspirados por su aroma, y dejándonos guiar por él, combinamos sabores, e inventamos formas, que hagan cosquillas a los diciembres de tardes cada vez más cortas y anhelos largos.