Granizado de cebada

Aunque el horchatero centenario está convencidísimo de haber inventado el granizado, existe, desde el paleolítico y se conservaba en cuevas o pozos profundos. Del Rin y del Báltico llegaba la pesca a los mercados de Roma en cestas cerradas con hielo y nieve, por tanto esto de enfriar los alimentos para prolongar su vida útil no viene de un día ni de dos.

Los chinos también creen como el anciano horchatero haber sido los padres de la criatura, pero no, en la Biblia hay referencias en unos versículos sobre el rey Salomón donde se cita a “el refresco de la nieve en los días de las cosechas”.

En Mesopotamia del 1800 a.C. como en la Grecia del siglo V a.C.  los granizados eran el trending topic del verano, pero endulzado con miel. Y nosotros que nos creemos tan innovadores, pues, mira, los griegos llegaron antes. Prueba de ello es que Hipócrates, el padre de la medicina, refiriéndose a los granizados y sin hacerles muy buena prensa, decía que “tomar bebidas heladas no puede hacer bien al cuerpo calentado por altas temperaturas”.

Las naranjas amargas de Ibn Bassal

Ya en el siglo VIII, los árabes introdujeron en la península Ibérica el hábito de consumir nieve mezclada con zumos de fruta, miel y aromas. De hecho, es probable que la palabra sorbete proceda del árabe “sharbét” o del turco “chorbet”. Y nobleza obliga debemos reconocer que sin ellos no hubiéramos tenido naranjas, ni granizados de naranja; cultivaban un tipo de árbol llamado cidro, de cuyas frutas se hacía la miel de azahar. Ni el dorado naranjo de Sevilla, el naranjo amargo, ni el limonero, el limero y probablemente lo que actualmente llamamos el pomelo. Por tanto, ¿qué sería de nuestros granizados sin los árabes?

Los musulmanes lo trajeron desde el noroeste de la India y de ahí se extendieron por las tierras del mundo medieval islámico. Nosotros, agradecidos. Pero ahora falta un elemento indispensable para el granizado: el azúcar. Y, que deciros, si también viene del valle del Tígris y el Eufrates. La caña de azúcar que tantas alegrías dio al paladar durante siglos, fue descubierta por los árabes conquistadores en el antiguo imperio sasánida, en el siglo VII d.C. De ahí fue transportada hacía Egipto y, a través del África del norte llegó hasta la Península Ibérica. Entonces, en nombre de la horchatería el Tío Che agradecemos a los árabes por habernos traído naranjas, limones y el azúcar de los granizados emblemáticos de la tienda. Pero si mal no recordáis nuestro granizado estrella, pieza de museo, joya de la abuela, el granizado de cebada, parece compartir con los cítricos su lugar de nacimiento: Excavaciones realizadas en cercanías del Lago Moréis – conocido así en la antigüedad y localizado al suroeste de lo que hoy es El Cairo, dan a conocer almacenamientos de cebada de por lo menos 5.000 a 10.000 años. En lugares como Palestina Siria, Valle del Eufrates, Iran y este de Afganistán, se encontraron formas de cebada que fueron usadas por antiquísimos pobladores antes de que se conocieran las variedades cultivadas. Los griegos creían que el agua de cebada ayudaba a la concentración y curaba todos los males. Nuestros clientes fans del granizado de cebada dicen que devuelve un bienestar inigualable. Pues, sí. Tal vez ese sea el único motivo de su permanecer en todas las culturas y todos los tiempos. Y nos enamore desde la rotonda más dulce de Poblenou, único lugar de Barcelona que la prepara a la antigua usanza alicantina, aunque podríamos decir poblenovina, porque la venimos haciendo durante más de un siglo.