La vida por un chocolate

cacaoEra el cuarto viaje de Colón al Nuevo Mundo y un día, en mitad de una tormenta, él y sus hombres se vieron obligados a desembarcar. Atajaron una embarcación maya que traía como cargamento unas semillas parecidas a almendras. La tripulación, Ignorantes de sus propiedades, la dejaron ir. Más de doscientos años después, Madrid consumía la locura de más de cinco toneladas de chocolate al año. Según las crónicas del momento, no había calle en la capital en la que no se vendiese. Ese chocolate venía del mismo cacao que Colón desechó. Para los aztecas las semillas de las que obtenían el chocolate eran la materialización de Quetxalcoatl, dios de la sabiduría.

En sus cartas al emperador Carlos V, Hernán Cortés, en pleno siglo XVI  informa sobre la corte de Moctezuma y la importancia del cacao: “es una fruta como almendras, y le dan tanto valor, que se trata por moneda en toda la tierra, y con ella se compran todas las cosas necesarias en los mercados y otras partes”. “Usan moneda no de metal sino de nuececillas de ciertos árboles, parecidas a la almendra”. En España se realizaron tablas de equivalencia así se supo que una liebre pagada en cacao costaba lo mismo que los servicios de una prostituta.

Ni qué hablar del agua de cacao,  que con una sola taza un soldado resistía la marcha un día entero. Bernal Díaz del Castillo hace referencia a una bebida del cacao que se servía en copas de oro y parece ser que el brebaje era afrodisíaco.  Moneda, sustento, estimulante y manjar, regalo de Quetzacóatl, (alimento de los dioses) el chocolate, entonces picante, amargo, pasó a ser preocupación de Europa en su afán de disfrutarlo, así es que fue dulce y suave, como lo exigía el paladar europeo.  Con azúcar de caña, canelas y clavos el siglo XVII dio con el sabor. Desde 1528 la familia de Carlos V recibió las primeras habas de cacao y desde allí no paramos con esta locura del chocolate.

Al principio no gustaba su sabor en Europa: Girolamo Benzoni en su Historia del mondo nuovo dijo: «el chocolate parecía más bien una bebida para cerdos que para ser consumido por la humanidad».  Pero cuando en el siglo XVI Hernán Cortés lo presentó a Carlos V, de ahí en más, y con miel y canela, el chocolate pasó a ser bebida de reyes, también, del otro lado del charco.

El chocolate, un pecado según la Iglesia

choco-e-iglesiaPero los verdaderos viciosos del chocolate fueron los monjes, rápidamente este sabor exótico alegró la vida de estos hombres de encierro y oración. Los cistercienses se hicieron famosos como chocolateros. Pero, como siempre hay alguien que te arruina la fiesta, los jesuitas pusieron el grito en el cielo. Chocolate declarado contrario a los preceptos de mortificación y pobreza. Parece que fue el trapense acompañante de Hernán Cortés, fray Aguilar, quien lo introdujo, y lo envió  al monasterio de Piedra (Aragón), o el franciscano Pedro de Olmedo, pero es seguro que los monjes lo probaron en América. Se lo tomaba en los períodos de ayuno lo que dio pie al debate. Hasta que en el siglo XVII alguien dijo: Liquidum non frangit jejunum, el líquido no infringe el ayuno, y así fue como la Iglesia fue la primera en disfrutar del chocolate como ya lo hacía del vino.

La fascinación por el chocolate en 1644 alcanzó cotas máximas: En Madrid se prohibió su venta al público, sólo se lo podía beber en el hogar.  Según un manuscrito del Archivo Histórico Nacional en los últimos años de ese siglo se había “introducido de tal manera el chocolate y su golosina, que apenas se hallará calle donde no haya uno, dos y tres puestos donde se labra y vende; y a más de esto no hay confitería, ni tienda de la calle de Postas, y de la calle Mayor y otras, donde no se venda, y solo falta lo haya también en las de aceite y vinagre”. Se lo adulteraba para hacerlo accesible: “Cada día buscan nuevos modos de defraudar en él echando ingredientes que aumentando el peso disminuyen su bondad y aun se hacen muy dañosos a la salud. […] Con una punta de canela y mucho picante de pimienta disimulan el pan rallado, harina de maíz, cortezas de naranjas secas, castañas, cenizas y otras muchas porquerías”.

Chocolate, bebida de nobles

chocolateraLa nobleza no se midió: el chocolate caliente era parte de toda merienda, al calor de los braseros, entre cojines, calorcito y bizcochos para untar y en verano, con hielo. Tanto se extendió entre los sectores de la nobleza que en plena misa y sin pudores se servía la bebida de las Indias para soportar la obligada asistencia a la iglesia. Los obispos prohibieron estas inclinaciones. Las mujeres de la ciudad castigaron con su inasistencia a misa y poco después el obispo enfermó gravemente y murió. Su muerte se achacó a un veneno suministrado en su jícara (del náhuatl xicalli, “vaso”) diaria de chocolate. En España el chocolate era caro, pero pese a ello se convirtió en el objeto anhelado. La pasión por el chocolate se identificó con la identidad española.

El chocolate fue una de las ventajas que encontraron los borbones en España. Felipe V y Carlos III lo bebían en sus desayunos. Mediante la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas el monarca se ocupó de que el producto, junto a otras delicatesen, no falte en los ultramarinos. En el siglo XVIII irrumpió en la repostería, Juan de la Mata fue el precursor de la mousse de chocolate.

El chocolate se fabricaba hasta principios del XIX con un metate de piedra y después con molinos mecánicos empujados por animales, vapor o electricidad. La pasta de cacao resultante se mezclaba con igual cantidad de azúcar y especias como pimienta, canela, clavo o vainilla. Se enfriaba en moldes, y luego se lo cortaba en tabletas. Estas se rallaban en el agua hirviendo de una chocolatera, recipiente metálico con un molinillo incorporado para batir la mezcla. Se lo batía y dejaba reposar: resultado un chocolate espeso y espumoso.  Luego, se le comenzó a agregar leche. Alejandro Dumas dijo del chocolate español: “un líquido espeso y negruzco que parecía un brebaje preparado por alguna bruja de Tesalia. En la misma bandeja había cinco vasos de agua pura y una cesta llena de unos objetos desconocidos para nosotros; eran como panecillos blancos y rosas, de forma alargada […] Probamos el chocolate con la punta de los labios temiendo ver desaparecer, como tantas otras cosas, la ilusión del chocolate español nacida en nuestra infancia. Pero esta vez nuestro temor se disipó rápidamente. El chocolate era excelente”.

El siglo XIX abarató con el industrialismo el precio del chocolate, y el té y el café ocuparon su lugar.   Así esta bebida que comenzó como medicamento o vigorizante por su componente, la teobromina, un alcaloide estimulante del sistema nervioso con un toque más suave pero efecto más prolongado que el de la cafeína, vasodilatadora y diurética y activadora de la función cardíaca se convirtió en una de las fuentes de placer más recurrentes. En 1755 decían que el chocolate confortaba el estómago y el pecho, restablecía el calor natural, alimentaba, disipaba y destruía los humores malignos fortificando el ánimo y la voz.

María Mestayer, Marquesa de Parabere, en su Historia de la Gastronomía dice que a principios del siglo  XX su familia compraba un chocolate especialmente confeccionado para ellos hecho sólo con cacao y azúcar,  el más apreciado era de Caracas y después los de Soconusco y Guayaquil.

En 1851 se fundó Chocolates Matías López, la primera empresa chocolatera con producción verdaderamente industrial. Este chocolatero comenzó a venderlos con cromos y postales. En 1920 España seguía siendo la mayor consumidora mundial hasta la guerra civil, allí hubo restricciones y aparecieron los sucedáneos a base de algarroba o castaña. Hoy no es el chocolate parte de nuestro desayuno diario. Pero está presente en casi todos los postres, pasteles, helados, y golosinas. ¿Quién concibe una fiesta, se pregunta el horchatero centenario, sin img_3742chocolate?

En nuestra horchatería ocupa un capítulo muy especial. Cada otoño, a fines de noviembre, nuestro obrador horchatero se transforma en obrador chocolatero y un exquisito aroma a cacao inunda la esquina más dulce de la Rambla. Turrones, pequeños bombones, piruletas, rocas, rotondas, espirituosos, con finísimos licores, trufados y otras delicadezas salen cada día hasta reyes y es el momento de reencuentro con todos los turrones-artesanales-10vecinos del barrio de Poblenou. Nuestros turrones y chocolates están en todas las mesas del barrio y cada vez más en diferentes ciudades de España y el resto del mundo. ¿Acaso alguien está dispuesto a renunciar a los turrones recién hechos, artesanos de El Tío Che?.