Las calles de Poblenou

Las calles de Poblenou

Poblenou sorprendió al horchatero

Hace mucho que llegó a Poblenou. En ese tiempo, el horchatero recorrió el barrio, se metió por esos pasajes estrechos que partían la calle en dos para que las fábricas tuvieran sus propias salidas. Esos de suelos empedrados, como el de Masoliver,  entre Llul y Pujades. Le impresionaba el ritmo de fiebre, el concierto de ruidos de diferentes talleres, los sonidos enloquecidos de las máquinas. Recuerda aquellas mujeres que iban de prisa a cumplir con el horario de la fábrica. A veces con un niño en una mano y la fiambrera en la otra. Porque en esto de trabajar no se salvaba nadie en la Manchester poblenovina. Hasta recuerda  las ropas que usaban, él era joven entonces, y le gustaba ver esas cinturas tan ceñidas que cortaban la  respiración, primero la de ellas, luego las miradas de quienes las miraban.  Aquellos trajes sastre de hombreras prominentes, las faldas a las rodillas y zapatos con suela de corcho. En la década del treinta escaseaban las suelas, entre otras cosas. ¿Cuántos como él pueden tener el privilegio de estar vivos y de poder explicar aquellos años?

Helados artesanos de toda la vida

Recuerda  la inmensa faena que imponían los helados de su horchatería, El Tío Che.  No alcanzaban las manos para batir tanta fruta y tanta nata en esos cubos de hielo hasta alcanzar el punto cremoso, el de la felicidad. Esos helados, de su pequeña tienda,  que gustaban tanto como los frigo, una fábrica enorme que producía cientos de litros por día. Esos helados que sigue haciendo su familia sólo que ahora es más fácil. Quién sabe, tal vez esa fórmula es la que ha nacido en els pous de neu de hace muchos siglos ya, y cada generación le ha ido poniendo su toque de gracia.

Quién como los de su época para dar fe de que el Loro de la Licorera del Taulat no era una leyenda, acaso no lo escuchaba imitar al silbato del tranvía cada vez que pasaba frente a la puerta de la tienda de la señora Teresa.  Privilegio de haber vivido tanto. Todavía siente las voces castellanas, gallegas, valencianas, andaluzas de quienes como él, llegaron confiados en los rumores del pueblo.  Cada uno tenía una prima, un sobrino, un amigo y un nieto que había partido. Y en Barcelona triunfaban todos, ¿Entonces porque no darse la oportunidad?

Recuerda que lo recibió un Poblenou oscuro,  con tanta chimenea escupiendo al cielo. Porque ¿quién puede imaginarse que en este Poblenou de arrobas, artistas, vecinos y comerciantes amigos de cara al mar pudo haber un barrio donde se concentraban todas las empresas más importantes de España? Sobraba el agua y la luz era tan barata como la mano de obra.

1947: Fiesta Mayor del Poblenou

La horchatería, lugar de encuentro

Cuántos pueden decir que sus  horchatas recién hechas hicieron la dicha de la señora Pepita,   de hijos, nietos y bisnietos. Y así repetido hasta el infinito, como le gusta decir, porque son largas las familias y a su edad los nombres se le olvidan.  Recuerda también que nada más llegar, se estableció en Calle Wadras, hoy Dr. Trueta, donde estaban la “prote” de menores, mejor no recordarla,  y la cárcel de mujeres. Toda la familia cargaba aquellas barras de hielo gigantes y a todas horas, para conservar las horchatas y helados hasta que se puso en circulación la primera Frigidaire. ¡Todavía llega, a quienes estamos en el obrador, la emoción que corría por el cuerpo de la familia Iborra! Más de medio siglo y aún se siente la alegría, la de todos menos de la abuela Jerónima, para ella era impensable una inversión como ésta, para qué, si estaba el hielo de La Siberia, vecinos de toda la vida, y estamos para ayudarnos…

La horchateria en el lugar del Jupiter

La horchateria en el lugar del Jupiter

Pocos son los vecinos que quedan de aquellas épocas que pueden recordar esos día  de pandillas de niños en la calle, de pocos coches, cuando la vida se inventaba a cada instante. Tiempos de cine, de tebeos, del Capitán Trueno, Chispita, y el Jinete Fantasma. Tiempos de la Alianza, el California, La Barraca, el Rellisquin, y de aquél transportista siempre con prisa que llevaba las pelis de un cine a otro. Tiempos de jugar ¿a dónde están las llaves? Matarilerilerile, donde están las llaves matarilerilerom.  Tiempos de futbol sin césped verde, que va, cualquier lugar era el apropiado para chutar la pelota,  aunque los niños de Poblenou tuvieron la suerte de que existiera el Júpiter, sencillo y humilde como ninguno, donde los valores eran más importantes que la tierra que hacía estornudar, porque como dijimos lo verde vino después. Ese amado club que dio buenos jugadores del que sólo queda un cartel, en la puerta de la actual horchatería, que

Tercera y cuatra generación de horchateros

Tercera y cuatra generación de horchateros

llegó a la rotonda después del bombardeo. Así es, durante la guerra las fábricas también se dedicaron a las armas, y desde el mar la respuesta se hizo sentir con tal elocuencia que hasta la casa de El Tío Che voló por los aires. Colchones en mano, y lo que se pudo rescatar sobre los hombros la familia Iborra se trasladó a la rotonda del Poblenou, y que sea por muchos años.

Cuánto trabajo, madre mía

Quién como él para explicar que antes, hace mucho tiempo, iba por las vaquerías del barrio a por la leche y la nata para los helados. Esa nata contundente y tersa con cara y ojos, recién hecha, que todavía le resuena en el paladar. Y esos viajes a Alboraya cada vez que se acababan las chufas, porque entonces quien iba a venir a Barcelona por tan poca cosa! Cuánto trabajo el de aquella familia, el de sus vecinos, el de toda la ciudad, y el de aquella Catalunya desaparecida, por suerte.

Errol Flyn, Linda Darnell

Errol Flyn, el amor imposible de los ’30

Si no hubiera sido por la Alianza! Desde la horchatería disfrutaba de las orquestas de aquellos bailes de cuplés, tangos, jazz y fox. De esas orquestas de Viladomat, cuyos acordes se sentían los sábados desde una Alianza que explotaba dicha, en medio de sombreros de retazos de colores, con tules y plumas, y cinturas apretadas hasta cortar el aire. Porque en aquellos tiempos el cine era una pasión e imitar a los actores una decisión. El, en su esquina de siempre los veía pasar: Los hombres a la  Errol Flyn  y las mujeres todas como Conchita Montenegro, o Greta Garbo.  Nunca se sabrá si los años vividos han sido parte de una de aquellas películas, porque a veces se siente una música tan especial que le gustaría bailar y bailar, pero bailar con todos,  allí en su vieja esquina de toda la vida, en su pequeña horchatería de Poblenou.