El horchatero centenario se dejó ir por la Rambla de Poblenou hacia la playa. Le gusta mirar dónde se une el cielo con el mar, en esta playa negada por siglos y hoy, goce de cada día.

Barcino, vista
Cierra los ojos, imagina la línea de costa antigua, las largas playas que nacían entre Montjuic y la colina Taber, partida de nacimiento de Barcino, Barchinona, Barcalona, Barchelona, Barchenona. Barcanona.
Se ensueña viendo una pequeña bahía por donde el mar iba a sus anchas, mucho más allá de nuestra franja costera, metido dentro de la ciudad. El horchatero piensa en la retirada del mar, y la aparición de islotes y lagunas. En la tierra firme, los huertos y las casas. Y en ese dialogo eterno entre el mar y la tierra, y los espacios que ocuparon otros que estuvieron antes: Los que dieron a Barcelona este vuelo, esta locura, esta creatividad, esta sabiduría que no viene de un día y que va para rato, porque moverse de casa no es nada nuevo y quien viene cosas trae.
Así nació el litoral, el suyo, el nuestro. El de agua y el de arena. Aunque compartimos el murmurar del mar con romanos, visigodos, judíos, cristianos, un ronrroneo que los mediterráneos echamos a faltar cuando estamos lejos. El horchatero de Poblenou se rinde, lo puede este paisaje siempre igual aunque en la constante manifestación del agua no se note cuánto ha cambiado. Disfruta de este espacio humanizado donde las playas son nuestro día a día, uno más de nuestros lugares públicos. ¿Y esos barcos de vela? ¿Y si fueran los barcos ligeros y abarrotados de ánforas de vino camino a Empùries? Ve barcos de guerra, barcos de comercio cargados de peces y de telas teñidas porque así era la vida en el agua de aquella Barcelona romana. La misma agua dócil de la mañana, con el mismo viento de la tarde, y el mismo cielo rojo al morir la tarde.
Ya supone los barcos del Magreb, con lanas, pieles, cuero. El mar del siglo XIII con trigos de Sicilia, y quesos e higos de Cerdeña, y jengibres, pimientas y canelas orientales. El mar de marineros y mercaderes, de barqueros, carpinteros y sogueros. El del paso dificultoso de los mulos que atravesaban día a día esta misma playa en tiempos de la Barcelona medieval. Y mira el mar, con esa solemne mansedumbre. Con esa perseverante vocación de estar ahí y le parece mentira. ¿Cómo pudo haber crecido la ciudad sobre el mar? ¿Cómo lo hizo? Se calcula que desde los inicios de las obras en 1447 la playa avanzó hacia el mar unos 500 metros hasta 1697, y entre 800 y 900 metros hasta la actualidad. Fue en este terreno ganado al mar donde, en el siglo XVIII, nació el barrio barroco de la Barceloneta. Y así varios siglos después floreció Poblenou, que en sus orígenes le había dado vida la proximidad de un pantano. También el agua fue el motivo principal para crear industrias textiles al lado del puerto. Y después para que se nutrieran las máquinas de vapor de la etapa industrial.
Y otra vez el paisaje cambió: Entre la vía del tren y el mar las industrias no perdonaron nada, y la franja litoral, desde donde el horchatero mira ahora el mar, se volvió residuos, basura y marginalidad. Y así la costa fue un vertedero. Pero, como en la vida misma, aunque haya momentos oscuros en las relaciones, el amor verdadero todo lo puede. Y la estima al mar es tan grande, que los baños de mar, desde entonces, son el pan de cada día, a veces con aguas negras, otras con mar azul, en trajecitos de baño hasta la rodilla, en topless o en nada de nada, pero en el mar. La playita es un derecho irrenunciable en la vida de los mediterráneos, y que venga alguien a llevarnos la contraria.

Playas Barcelona 1920
En el año 1912, y cerca del barrio del Bogatell, fecha de nacimiento de la horchatería El Tío Che, también surgieron los baños de la Mar Bella, hasta que en los 40 un temporal se los llevó. La horchatería tuvo más suerte, y así es como hasta el día de hoy sigue dando el gusto a miles de golosos de toda Barcelona.
Los Juegos Olímpicos de 1992, a pesar de los pesares, y aunque nos cueste reconocer, nos dejaron el litoral saneado, la ronda, el parque del litoral, y no hay vía del tren que nos separe. ¿O no es una alegría que el mar sea parte de nuestro barrio y el litoral costero nuestra ciudad?
El mar sin fenicios, ni piratas, ni barcos de guerra, pero el mismo de toda la vida, donde los pensamientos se alargan hasta donde cielo y agua son una misma cosa. Palabra de horchatero de Poblenou.
Cristales de colores, cantos rodados, conchas marinas y playas escondidas son los recuerdos de mi infancia poblenovina.
Muchas gracias Clara, es verdad, playas escondidas. De espaldas a nuestro barrio. Cuánto hemos ganado.