El anciano horchatero dice que cinco generaciones y más de un siglo haciendo helados y horchatas son para celebrar. Es casi un milagro, porque el promedio del ciclo de vida de las empresas es de once años y medio.
La llave que hizo funcionar la máquina del tiempo, pero hacia adelante, fue la confianza: en las personas, en los clientes, en la familia, en el equipo, en el barrio, y en los productos. Porque cada producto es un hijo; se los mima, se los cuida, se los defiende, se cree en ellos. Y esto no es cuento:
Pasaban los años, cambiaban las modas, los helados se volvían azules, o rojos intensos, tenían nombres raros, o tenían sabores a paella, o a jamón con melón y el horchatero centenario de Poblenou insistía, que los sabores los definen los clientes, que con su compra ejercen la mejor democracia, que los colores son pasteles tenues, el que viene de la materia prima, el verdadero. Aunque no dieran tan bien en la foto. Nadie es perfecto, y el color respeta el alma del helado. Pero sobre gustos y colores no hay nada escrito.¿Y sobre sabores? Los de toda la vida, los que la memoria atesora e impulsa a regresar, y estas no son cosas del tiempo y el capricho, sino de los amores.
En 105 años el horchatero vio pasar modas y tendencias, ¿y quién las recuerda? Pero, en cambio, cada año viene gente que la vida desparramó por diferentes lugares a tomar su horchatita, la horchatita de culto, la que tomó con su abuela, con su primer amor, con su hijo, con su nieto. Más clásico, imposible. Clásico como las juanolas que desde 1906 vienen aclarando voces y refrescando bocas. Porque, Su Majestad el tiempo no siempre juega en contra nuestra, o nos hace vulnerables o nos convierte en iconos. Y aquí hay fuerza para rato. Porque somos clásicos como el olor a libro recién impreso, al vermú con los amigos, las fiestas del barrio, una bufanda suave tejida a mano, la música de los noventa, el primer beso. Clásicos como la Vespa que hoy comparte esquina con El Tío Che, y que le hace preguntarse quién tendría la valentía de renegar de este símbolo de libertad de post guerra. Los ejemplos sobran. Por esta razón, y sin desmerecer, en el Tío Che no hay baos, ni dorayakis, ni tortillas mexicanas, ni arepas, ni empanadas argentinas. (aunque si, hay un helado de dulce de leche argentino que hace saltar lágrimas de morriña a más de uno).Pero con que gusto te espera un bocata con el mejor jamón del barrio, con un queso curado de alucine, o con las frankfurt, que la audacia de una de las generaciones, hace cincuenta y cinco años trajo directamente de Alemania. Con el pan recién horneado, con todos los rituales, porque ya me dirás sino cómo es que siguen siendo las estrellas de nuestro cielo bocatero. Esos son los sabores de Poblenou. Porque la horchatería es eso, sabor que dice familia, amigos, amores, barrio. Sabores de toda la vida, sabores de lo clásico. Sabores que siguen vigentes como el primer día.

El legendario Levi’s Strauss
Qué harían nuestros clientes, que seguro adoran también lo exótico, si quitamos de la carta las patatas al caliu del vermut? Las patatas de la yaya Gerónima, y que en su honor seguimos haciendo? Es como quitarle a un fan de los Beatles el poster de la cabecera de la cama. Las modas pasan. Y los vintages también. Ser clásicos es nuestra tendencia y nuestra manera de estar en el mundo. Tan clásicos como una tortilla de patatas, que viene dando guerra desde tiempos de Colón. O los vaqueros, porque por más que se te asomen las rodillas tras unos tajos bestias, son los índigo lavados en piedra y remaches, los mismos de 1853, los que inventó el señor de los Levi’s para los trabajadores de las minas.
Porque lo mires en la tele, en el cine o en Youtube, Ya me dirás si Mickey Mouse ha muerto. Pues, eso, clásicos como Mickey y los cromos. Somos clásicos, porque así reflejamos lo que somos, en el lugar que nos hizo prosperar, el que nos recibió como ninguno. Donde fuimos capaces de dar frutos, y compartir felicidad. Somos tan clásicos que nos la pasamos innovando para dar más pureza a los sabores naturales, porque cada día hay un compromiso con un sabor que todos conocen. Ni más ni menos bueno, ése, siempre el mismo. Tan clásicos que ni tocar nuestra tienda de estética modernista. Patrimonio Histórico lo decidió así, somos lo que somos, clásicos.
Es casi una obligación lo que nos hace elegir ser clásicos, porque así nos estiman los que nos estiman, porque cuando una empresa tiene más de un siglo, ya no es sólo de la familia propietaria, sino de la Carme, del Alex y la Xon, de la María, de la yaya del Lluis, del nieto de la Merce. Es de todos. Es de todas. Por eso gustan tanto las horchatas, los helados, la leche merengada, los vermut y los bocatas. Parece que la Tere y Alfonso los hicieran para nosotros.
Tengo 62 años soy de poble nou aunque vivo en Badalona y cuando puedo doy una escapada al Tio Che que me trae esos recuerdos de niñez con mis padres los sabados en la noche esa sinfonia de olores y sabores siguen ahi no cambieis nunca..
Gracias, Merçe. Trataremos de no cambiar.