La familia de horchatería Tío Che el lunes nueve rompió la rutina que mantiene igual durante cien años. Había que ir a recibir la distinción que la Generalitat da a las empresas centenarias y a la innovación y este es un motivo de peso para dejar el obrador, la barra, la terraza, la comanda y mañana será otro día. CCAM, el Consorci de Comercio, artesanía y moda del gobierno catalán reconoce los proyectos de dinamización comercial impulsados por asociaciones, las mejores gestiones públicas ante asociaciones de comerciantes, el fomento de comercio de proximidad y la innovación.
La horchatería centenaria de Barcelona compartió el reconocimiento junto a 27 comercios longevos decididos a hacer frente a esta crisis, las que vinieron y vendrán, porque no será ni la primera ni la última y en cien años se ven muchas cosas.Faltaban los mayores, en su representación fue la cuarta y quinta generación, pero el recuerdo de Joan, Pere Joan, Jerónima, Alfonso, Josefa flotaba en el aire de uno de los salones más atractivos del Palau de la Generalitat, donde ellos, trabajadores a tiempo completo en dar el gusto, nunca imaginaron estar. Aquellos Iborra de los inicios, con su jarra de horchata, y su famoso: Ché prova. Y su modo de desafiar una situación económica difícil, de arriesgar en Barcelona, de darlo todo: innovación, creatividad, tiempo, sueños, y sobre todo muchísimo trabajo, más de lo que uno puede imaginar. No será la primera vez que hay una crisis en la historia de las empresas longevas, en cien años pasan muchas cosas, y la fórmula siempre es la misma, trabajar con todas las fuerzas y conocimientos para hacerlo bien a la primera y que los clientes lo reconozcan. En el trato diario, en la cooperación con los vecinos comerciantes del barrio, en mantener y mejorar la calidad, en el cariño y respeto a los colaboradores, en rodearse de buenas personas, en elegir las mejores materias primas, en ser sustentables en cada una de las acciones de la actividad comercial, en el cuidado de los proveedores. Pero por encima de todo, en el reconocerse hijos agradecidos de Poble nou, como dicen siempre Teresa Moreno y Alfonso Iborra, sus actuales propietarios.