Al horchatero centenario le gusta observar la cola que hizo famosa su horchatería, porque allí encuentra un trozo del mundo y a su barrio.

Japoneses, griegos, españoles de todos los rincones, americanos, latinos, europeos de países fríos y grandes sonrisas, asiáticos de lugares que son pequeños puntos en el mapa. Esa mezcla de catalán con otros idiomas suena como música del universo en sus oídos. Escucha, y se imagina los lugares de donde vienen. Privilegios de estar siempre en la misma esquina. Se divierte, oye como un argentino invita a salir a una chica a velocidad ultrasónica, como una alemana queda para esta noche en la playa, si señores y señoras, la cola de El Tío Che es un punto de encuentro. Parece que la horchata inspira.

Al atardecer llegan las vecinas de toda la vida, es la hora h, hora del mono de horchata, que lo hay. Porque la horchata no tiene términos medios. O se la ama o no. Los niños no se les quedan atrás. Hasta que el helado no descansa bien plantado entre sus manos pequeñas no sueltan el brazo del padre o la madre. De lo que se trata es de disfrutar y para esto no hay edades. El verano nos encuentra a todos, los de aquí y los de más allá.

En Poblenou la vida es extraordinaria, porque vaya regalazo despertar cada día con la brisa del mar, y ver esos cielos rojos del atardecer cuando se pasea por la playa. Poblenou es playa. Poblenou es un pueblo. La gente trabaja, los vecinos se asocian, los comerciantes son amigos, siempre hay un proyecto dando vuelta y un sueño por colorear. Y el verano es el mes de plantar las semillas, hay más tiempo para verse las caras, compartir ideas, y la promesa es para setiembre. En setiembre despierta la agenda con las actividades a tope y el agobio vuelve a instalarse en la vida de cada uno. Si no fuera por la Festa Major!! Días de fiesta y hermandad. De mesas largas en cada calle, de cenas compartidas, de mucha música y poco dormir. Difícil estar al margen cuando la creatividad pone a brillar cada rincón.