El horchatero centenario dice que el día que no haya vida en La Rambla será por que Poblenou ha dejado de existir ¿Cuándo no hubo movimiento en la Rambla de Poblenou, se pregunta el horchatero? Si cuando él llegó al barrio bastaba con que un vecino pusiera su silla en la acera, para que salieran los unos y los otros… ¡Poblenou siempre fue la calle! ¿Y los niños? Los verdaderos dueños, se apropiaban del barrio ¡Madre mía! Entonces, por días no pasaba un solo coche, nadie que les impidiese jugar a las guerras de piedras, con las pelotas de tela armadas como se podía, y alguna que otra vez, con una verdadera, como las de Kubala o a churro, mediamanga, mangotero. La Rambla era el lugar de las tertulias, paseo de domingo, espacio de rebeliones, amistades y conspiraciones. La Rambla hervía los domingos, sino cómo te ibas a enterar de las novedades de la semana?
La calle es la esencia de la vida colectiva mediterránea ¿Qué sino hace volver un año y otro a los viajeros de Europa del Norte, Centro Europa y América? Qué sino este estilo de vida donde disfrutar del sol, comer, beber, y gozar de la ciudad es un culto?

Gozar, mirar, saborear
El flanèur, término del siglo 19, referido a las damas que salían a la calle a mirar y a ser miradas, a disfrutar y disfrutarse de un espacio físico social compartido sigue vigente en nuestros días. Flanèur es vagar por las calles, callejear sin rumbo, sin objetivo, abierto a todas las vicisitudes y las impresiones que le salen al paso. … Barcelona es una ciudad para flanèur y esto es vital para la existencia de nuestras ciudades. La calle puede ser un medio de unión entre dos destinos, pero también un medio de comunicación donde la mesa, el café, la taza, los ojos que se miran, los gestos y palabras son herramientas para establecer vínculos que construyen el tejido social. La calle es la calle.
Las reglamentaciones a veces no toman en cuenta el espacio como sistema de relaciones sociales. En nombre del ordenamiento urbano se dejan de lado los espacios para compartir. Hay áreas que son espacios sociales especializados en rubros, como cafeterías, restaurantes, tiendas, destinadas al esparcimiento, y al goce. Y estas áreas son puntos de atracción colectiva. Si la reglamentación de usos tiene en cuenta lo social y lo económico prospera la cultura colectiva, la actividad social y también la generación de riqueza, fuentes de trabajo y movilidad económica. Pero no siempre sucede así, y en estos casos algún sector se ahoga, en especial, el sector privado, el comercio de proximidad, que no sólo busca, por ser del barrio y de toda la vida, su propio beneficio, sino que aporta a la consecución de los objetivos públicos. Cuando esto sucede la ciudad pierde la contribución de lo privado sobre lo público, y a la larga, el valor de la propiedad y la captación impositiva. El barrio también pierde gente que disfruta y circula, porque disminuyen las alternativas de uso del espacio público, entonces se lesiona la economía del sector y de los consumidores que la sostienen, que se van en busca de opciones que mejoren la calidad de su tiempo libre. Así es como el barrio comienza a perder vitalidad.
El horchatero es un enamorado de Barcelona y está convencido que hay que aprovechar las oportunidades de este clima suave, de la originalidad de sus barrios, de sus espacios y de todo lo que hay para ver y disfrutar, que la convirtieron en un punto de atracción que la caracteriza y la significa. Barcelona, un lugar donde pasan cosas, donde se puede comer en una mesa y ver el mar, observar estilos variopintos de todas las edades. Conocer gente de todo el mundo, vincularse, volverse a encontrar en otras ciudades, ganar amigos. En esto Barcelona es única.
El horchatero dice que la magia en la calle. Que afuera de casa, pasan cosas interesantes. Que ésta es nuestra manera de hacer ciudad.