Toda la vida, un bar

Toda la vida, un bar

Los vecinos toman su cafelito en la terraza. El anciano horchatero después de un siglo sobre los hombros sabe. Sabe, por ejemplo, que nuestro culto al bar, a la calle, a los amigos no nos viene de ahora. Ni siquiera que lo diga la consultora Nielsen en su encuesta sobre estilos de vida realizada en toda España en el 2015.  Él ya sabe de antes que ningún europeo es tan asiduo a bares como nosotros. Que conectar con familiares y amigos es nuestro deporte oficial, aparte del fútbol. Y cómo mola que la gran protagonista sea la calle, que para eso son las terrazas. Nielsen y el horchatero de Poblenou saben que está en nuestros genes encontrarnos en un bareto y ver la vida pasar, mientras vivimos la nuestra.

Thermopolia

Thermopolia

Porque esta historia de amor entre nosotros y bares, terrazas y solecitos no vienen de ahora. Los romanos iban a unos sitios de comida al paso con mostradores a pie de calle, sí, como lo lees: Las tabernas romanas o cauponae. ¿Y a quiénes les iba la marcha? A comerciantes y artesanos, sus clientes más asiduos. En la antigua Roma había para todos los gustos. Los que preferían  comprar sus bebidas y comida rápida para llevar elegían las thermopolias, allí vendían bebidas calientes en invierno y frías en verano, casi como nuestra querida horchatería. Sólo que también vendían vinos, vinos especiados e hidromiel, empanadillas y cocas de verdura. Pasan los siglos y las costumbres quedan.

Pero también había los cuppediae, donde se servían comidas exquisitas, para la gente de pasta, que siempre la hubo, dirigidos por mercaderes de alimentos. Y para los romanos más sencillos estaban las tiendas de altramuces, nueces fritas, sémola, embutidos y salchichas de cerdo. El horchatero, clásico por donde lo mires, siempre lo dice, todo es tan antiguo como la misma chufa y su hija, la horchata.

nuevo termopoliumLos propinae en cambio daban a la calle y allí se vendían productos de cultivos propios. En estas tiendas había sopas, pescados, mariscos, guisos y buen vino y allí se ponían morados como buenos romanos que eran.

Cafés, chiringuitos y bares hubo siempre, sólo que no tenemos demasiados testimonios, pero en la edad contemporánea no hubiera habido revoluciones, ni siquiera la francesa, sin los benditos y bien amados bares. ¿Cómo se hubiera derrotado a la nobleza sin los bares, o de dónde creemos que surgieron las ideas liberales?  No sólo políticas sino también del arte y la literatura.

Durante los tiempos de María Cristina siglo XIX, último tercio, y principios de XX los bares de Madrid y Barcelona tuvieron momentos de gloria. Fueron sede de políticos, toreros famosos, escritores, y hombres y mujeres que querían cambiar el mundo o mejorarlo, al menos. Así es como en la zona del Eixample crecieron bares de imitación francesa, en nuestro Poblenou florecieron las tabernas y las bodeguitas, y así fue como Barcelona se enorgulleció de su sol, de su aire libre, de sus bares, y de su vida tan mediterránea y supo transmitir ese orgullo a los viajeros que venían a disfrutar de todos estos placeres.

El horchatero celebra que en toda España los bares sean un popular fenómeno social que ha marcado la cultura y las costumbres de numerosas generaciones. Y nunca perdieron su esencia, porque siempre han sido lo mismo, el lugar de encuentro informal que preferimos todos. No hay pueblo en España, barrio rico o pobre que no tenga un bar donde los vecinos dicen la suya. Desde el momento que surgieron los dos primeros bares de Madrid, en 1870, de dueños franceses, uno republicano, el otro monárquico, mucho café, horchatas, helados, sabores y aromas han pasado por las mesas, el lugar de las confesiones, los negocios, los amores, encuentros y desencuentros.

  • las acuarelas son de Jean-Claude Golvin.