Terrazas históricas

                         Terraza del Maisón Doree.

El anciano horchatero se pregunta cuál fue el primer bar de la ciudad de Barcelona. Aunque con  la cultura de bares de esta ciudad se podría creer que los primeros mediterráneos ya vinieron programados para ir al bar después de cazar sus animales o cuidar la familia.

El autor Garcia Espuche autor de la obra La ciudad del Born deja constancia del primer café de Barcelona. Existió en 1710.

Estamos en la calle de Espartería esquina Vidriería. Hay un cartel en la fachada, es de madera gruesa: Café, se lee. Las puertas que daban a la calle estaban protegidas con cortinas de tela. Entramos. Tres mesas de madera coronados por  manteles de bayeta, tres bancos con respaldo y siete taburetes. Capacidad para unas treinta personas sentadas. Beben café, el  que venía en largas travesías de América, y vino, que nunca fue escaso en estas tierras de viñas generosas.

Los helados, las horchatas, los refrescos son moda en el siglo XVII, pero en el XVIII y XIX hacen furor. El horchatero sonríe para sus adentros, ¿la horchata de moda? ¿Y que hicimos durante siglos con esta bebida sana y exquisita?  La ciencia y la tecnología ha permitido analizar a las maravillosas chufas y cada vez les encuentran más propiedades. Pues sí, como decía el Yayo: el secreto está en la chufa.

Bar La Luna

                                                             Bar La Luna

El autor Paco Villar en la Ciutat dels cafés desmiente el origen del primer café  según él lo instala un italiano, Andrea Caponata en 1750, al costado del teatro de la Santa Creu en la Rambla y es el primero de la península ibérica y de España. Por tanto somos los catalanes los primeros que disfrutamos de un café como los de Viena, París o Italia, fundados un siglo antes. También García Espuche dice que en 1712 había un establecimiento parecido en la calle de Canvis Casa del Café, regentado por un francés.

La aparición de los cafés es un indicador de que Barcelona en tiempos de los Habsburgos era una ciudad comercial, culta y cosmopolita. Los cafés eran vanguardia.

Dice Paco Villar en entrevista que le hiciera Montserrat Serra del periódico Vilaweb que el mundo de los cafés de Barcelona  alcanzan su máximo esplendor en el modernismo. Explica el autor que era muy barato tomar un café, porque se acompañaba de una botella de ron para agregarle unas gotas, agua y azúcar para hacerlo durar. Los parroquianos podían leer todos los diarios que quisieran y disponían de pluma, tinta y papel para hacer sus escritos. Los establecimientos estaban decorados con espejos y pinturas. En un bar cabían hasta dos mil personas. El Café español del Paralelo tenía capacidad para cinco mil personas. Tenía  la terraza más grande de la ciudad. Lugar de reunión con los amigos, había música, billar y algunos tenían cine.

A fines del siglo XIX Barcelona se llamaba la ciudad de los cafés, por su calidad y cantidad. El mejor café en 1850 se tomaba en Las Siete Puertas, en la Plaza de Palau, pero en 1862 se trasladó a Las Ramblas. En 1881 el empresario Josep Vilaseca lo abriría con el nombre de Café Colón, el establecimiento más lujoso de Barcelona. En 1897 lo abre en Plaza Catalunya, bajo del nombre de Gran Café restaurante Colón. Ofrecía diarios extranjeros y el músico Isaac Albéniz deleitaba a los clientes. Fue el primero con luz eléctrica.

En las Ramblas, a la salida del Liceo frecuentaban el Café Suizo (1857 famoso por sus terrones de azúcar y su café.  La electricidad trae la modernización de los bares: barra american, frigorífico, taburetes, barman, cocteles  y tócala de nuevo Sam. Maison Doree, La Lune, Novedades, Lion d’Or, reducto de escritores, artistas, periodistas, burgueses, aristócratas y emergentes. Ese café era Barcelona.
Y, aunque el ayuntamiento ponía sus pegas en junio de 1886 se da cafe españolpermiso al Café Pelayo a poner mesas y sillas en la calle.  Un año más tarde había 334 mesas exteriores en Barcelona. En 1914 ya se contabilizaban 62 bares en Barcelona según cita el periodista de El País, Carles Geli, en referencia al libro de Paco Villar.  A rebufo de una urbe que vivía una particular fiebre del oro por su neutralidad durante la Primera Guerra Mundial, punto de encuentro de una turbia fauna internacional que iba desde espías de toda condición a profesionales del sexo de toda la escala social, pasando por aristócratas venidos a menos, donde la cocaína y la borrachera con esmóquing hacía chic, los cafés parecían sumidos en una loca carrera por ver quién innovaba más: el American Soda (1910) sería el primero en abrir las 24 horas, pero se hubiese hundido de no haber descubierto en Francia las patatas chips que importó raudo; la Maison Dorée (1903) introducía la puerta giratoria y ponía de moda los té; el Canaletas en cambio era, en 1916, el primer establecimiento sin puertas; el Refectorium (de 1917, reproducía un monasterio medieval de chimenea enorme y lucía una pieza de anticuario en cada detalle) se convertía en la primera cervecería-restaurante subterránea de España y quizá de Europa; la Granja Royal (1919) se inventaba accidentalmente las fresas con nata (hacia 1922 a un camarero le cayó una dentro de una bandeja de blanca crema) y el cabaret-lechería al ampliarse con el salón Doré (donde en 1925 tocará Eduard Toldrá); el Núria (1926) fue pionero en los pollos a l’ast para llevarse…

El amor a los bares y terrazas es una manera de ser, piensa el horchatero, está en los genes, si lo sabrá él que lleva más de un siglo viendo como la gente es devota de encontrarse, de compartir, de intercambiar y cambiar el mundo, aunque sea el pequeño mundo condenado a tanto horario y exigencia.

http://ccaa.elpais.com/ccaa/2013/12/13/catalunya/1386956565_391525.html
Paco Villar: La ciudad de los cafés

http://enarchenhologos.blogspot.com.es/2013/05/cafes-i-tavernes-quan-barcelona-era-un.html Bereshit.