Antes de la cuaresma hay que desmadrarse, y para eso se inventó el carnaval. Nada de cuidarse del colesterol, el Dijous Gras, cuando comienza, te exime de decir  que no a cuenta fritura encuentres a tu paso, pues, a por ellas. Sino cómo se explica esa pasarela de tortillas que colma los ojos y paladares en Poblenou, donde en una mesa no caben las combinaciones más exquisitas e insólitas de lo que se te venga en gana, pero que sea con huevos batidos, si son muchos mejor, y a dorarlos con amor y bendiciones en la sartén y con buen aceite de oliva. La fiesta de los excesos termina con la sardina, o el entierro del Carnaval, y a ponerse en modo santo, porque la Cuaresma nos vigila.

Carnem levare, o treure la carn, quitar la carne, carnevale, carnaval,  lo celebraban egipcios, griegos, judíos, y ya me dirás de las saturnales romanas, donde los amos y los esclavos cambiaban sus roles. Ahí todo valía, y las mujeres, al fin, tenían la oportunidad de decidir con quién, cómo y dónde daban rienda suelta a su loca pasión. Te imaginas que  se habrá esperado esta fecha concupiscente como al primer día de rebajas.

Carnaval es celebración de la primavera en ciernes, y los disfraces tenían que ver con esta estación de la vida. El cristianismo opacó la magia del carnaval, pero cuando las cabras tiran al monte no hay nada que hacer, y en la Edad Media la lujuria se desencadenó, porque cuando el cuerpo clama no hay razones.

Tremendísimo el Carnestoltes: juerga, mujeriego, bromista y rey de la fiesta, de la suya. Era tan salvaje e impresentable que hasta el más sacado lo llamaba a la cordura, pero ante su insistente lascivia no se salvaba de un juicio popular, donde siempre recibía el mismo castigo: Primero horca, luego fuego, para que espíritu no siguiera molestando a los normalitos mortales. Pero el Carnestoltes se ufanaba de ser un borde, y dejaba testimonio por escrito, que quede dicho que él fue quien hizo esto y aquello. Porque espantar a los puritanos es su función en la tierra.

No sólo el Carnestoltes era el responsable de tanto jolgorio: El carnaval se oganizaba en algún tiempo por el gremio de Carniceros, que hasta regalaba carne de cerdo. El carnaval se celebraba con luchas, torneos y justas entre cofradías y vecinos. La batalla de verduras era frecuente en la celebración. Los venecianos encerraban toros y jabalíes y se cazaban con perros, luego su carne era repartida entre el público. ¿Quién dijo que todo tiempo pasado fue mejor?

Los disfraces son de influencia precristiana, nada mejor que hacer las cosas de callado, sin que nadie te descubra. El anonimato de la máscara te daba vía libre para ir de libertino por la vida. Y como la iglesia consideraba que las manifestaciones obscenas ofendían a Dios, pues, nada mejor que esconderlas, porque débil es la carne, y válgame Dios.

El Carnaval nos da permiso y lo que sorprende la cara del día después, como si no hubiese sucedido nada, vuelta a la máscara y cada quien a su personaje social. Se vestía el Carnestoltes con pantalones y camisa rellena de paja, un gorro en la cabeza y una nariz tan larga como la de Cyrano de Bergerac y así se exhibía hasta el momento de su juicio. Mal final, crónica de una muerte anunciada.

En el siglo XV ya se celebraban en Barcelona fiestes y bailes de máscaras. Con las guerras del siglo XV y XVI se suspendió el Carnaval. Pero a Carlos III le iba tanto la marcha que le levantó la veda, y a disfrutar por todo lo alto, que son dos días. Según Joan Amades en un libro de deliberaciones del Consell de Cent de Barcelona del siglo XII para la festividad de Sant Miquel, hay otra fiesta, que era el Carnaval. En otro documento posterior se prohíbe tirar huevos podridos o naranjas, bajo castigo de multas importantes. Leandro Fernández de Moratin habla en 1815 de tres saraos públicos: Uno en el teatro de la Santa Creu, en la Llotja de Mar, y la Patacada. El más popular era el Baile de la Patacada, su nombre tiene un desafortunado origen: Durante el baile de máscaras el bailarín invitaba a la bailar a la dama y le daba un golpe en la espalda, sí, como lo oís, una patacada… vaya modo de seducción. En 1847 se inauguró el Liceo con un baile de Carnaval. Las butacas se cubrían con madera, así fue como el teatro adquirió relevancia y liderazgo durante estas fiestas alegres.

En 1802 se fundó la casa de la Caridad, y para obtener recursos para su funcionamiento se celebraban bailes de carnaval.  Pero los primeros bailes de la burguesía se celebraron en el teatro de la Santa Creu. Se bailaba por tres pesetas, y así quien podía podía darse el gusto de bailar con las personalidades destacadas de la ciudad y quien no, pues, a recibir la patacada por la espalda, y a divertirse como sólo sabía hacerlo el pueblo.

Nosotros horchateros de toda la vida, horchateros de Poblenou, también lo celebramos, nuestra gran fiesta es ver cómo la creatividad va por encima de malestares transitorios, y el barrio recupera su humor y su gracia,  los de toda la vida, entregados al goce, a pesar de los pesares. Porque para eso es el Carnaval, para ayudar a la primavera a despertar, para que no se le ocurra negarnos su gracia.

Extraido de

http://www.materiabcn.com/el-carnestoltes-damades/

 

Historia de España, Irene Andrés Suarez