A nuestras abuelas y bisabuelas

Que dejaron todo en el Poblenou fabril

para entregarnos un presente

que se mereciera ser vivido.

 

La fábrica del Canem

La fábrica del Canem

El anciano horchatero en otoño cambia de entretenimiento porque, los días aunque más cortos se le alargan: La horchatería se queda sin las colas y la gente variopinta busca menos playita, entonces, en estos tiempos, de menos helados y horchatas, para no aburrirse,  su afición es recordar ¡Madre mía, y qué recuerdos!

¿Cómo les decían a aquellas mujeres de pañuelo negro que llegaban a merendar a un bar cercano a la fábrica Godó, conocida por todos como el Canem?-se pregunta. El Canem, como todo el mundo llamaba a la productora más grande de sacos de cáñamo de Barcelona, esa que  daba trabajo a 2000 personas, tal vez bisabuelos o abuelos de muchos vecinos de Poblenou.

El Tío Che, horchatero centenario y más,  tiene un recuerdo nítido: Llegaban por cientos al bar cercano, bebían su café muy de prisa, y volvían al trabajo. ¡Xinxes!, así les decían no sabe si por el olor a yute que traían en su ropa, o porque venían a desayunar todas juntas, parece que estos insectos son muy gregarios, o por el pañuelo negro absoluto que llevaban en la cabeza para que no se les arruinara el pelo con polvo, ve tú a saber…

Nadie sabe de dónde viene el nombre, una trabajadora del  Canem dice: “Nos decían las Xinxes, no sé porque, ya que sangre no chupábamos”, más bien todo lo contrario, porque las horas de trabajo era interminables.  En aquellos tiempos, era muy estricto el horario de entrar y muy elástico el de salir, y así cada día durante toda la vida, una vida que por cierto no era ni muy buena, ni muy larga. La fábrica, puesta a pedir,  reclamaba la energía de las Xinxes y también la de sus hijos, porque a partir de los once años no se quedaba nadie en casa, los niños se hacían mayores pronto, demasiado.

El escritor Xavier Benguerel  habla de ellas: “Entre nuestros primeros recuerdos están estas mujeres y criaturas. Exhalaban un tufo espeso, de aceites pesados, de esparto, de borra, de miseria. Como si no tuviesen edad, como si fuesen bestias de carga, energía a bajo precio. Cuando la suerte ayudaba, lo decían, morían entre los 35 y 40 años. A la hora de comer se instalaban cerca de la fábrica. Se sentaban en el suelo, las que tenían suerte a la sombra de los plátanos o de la pequeña zona de sombre que en aquella hora hacía la pared de un almacén, de una taberna, de una casa. … “aquellas mujeres eran como mi madre, como mi abuela, mis tías. Y aquellas criaturas, un poco más grandes que mi hermano, iguales que él y yo.”

El anciano horchatero agradece, qué otra cosa va a hacer que agradecer a estas mujeres y a estos niños, de los que nada sabemos,  estos personajes anónimos son un ejemplo de resistencia, valentía y amor a la vida. Casi seguro que nuestro barrio está sembrado con sus semillas, por esto florece cada día.