niños-de-El-Tio-Che-731x500Dice Alfonso Iborra, horchatero de toda la vida,  que Poblenou en los sesenta era un barrio que cambiaba. Las fábricas comenzaban a retirarse y las empresas de transporte a ocupar los espacios que aquellas iban dejando vacíos. Alfonso de El Tío Che para aquellos tiempos tenía apenas seis años y dice que lo mejor de esa época es que el cine Ideal daba después del Nodo dos pelis, y como él libraba los miércoles, igual que ahora, tenía ventajas para ver las pelis tres días antes que todo el mundo. Porque en una familia de horchateros el descanso es a contracorriente, cuando los demás trabajan, ellos  piensan en divertirse.

Alfonso recuerda que las bocatas de El Tío Che hacían furor a la salida del cine. Había entonces poca fiesta, y el clásico en ese mundo de sólo trabajo en el  barrio encerrado y estrecho era el cine y bocatas de El Tío Che. También los vermut en Els Pescadors y algún lugar para salir a bailar. Lo que seguía era ir de tiendas por La Rambla, el sábado por la tarde, cuando no había faena.

Su padre era un innovador en todo. Y especialmente en los crudos inviernos cuando beber horchata y tomar helados no era costumbre, sino más bien, algo estacional.

Así un invierno tuvo la inspiración de comprar una plancha pequeña y desafiar a la gula de los poblenovinos con unos buenos frankfurts, iguales a los de ahora, pero sin tanta sofisticación:

IMG_8988El pan era de hot dog, simples, como aquella época. Luego vio que el pan era lo primero en poner de pie a todas  las papilas gustativas y así llegó el horno de pan, con ese aroma que cada día y desde entonces vuela por el aire en la centenaria horchatería de Poblenou. En realidad, en el local vecino, ese que hace cincuenta años era una sastrería de un señor que cosía con la Singer y hacía terminaciones a mano ¡qué tiempos! Y que su padre, Alfonso también, cuando el señor se fue, decidió alquilar para hacer esos bocatas especialísimos, donde si los quieres con anchoa y queso se puede, y si quieres olivas donde no llevan también. Porque si algo le gusta a El Tío Che es complacer, ya lo sabemos.

Alfonso Iborra recuerda cuándo a su padre se le ocurrió la idea del pollo al ast, también pionera en Poblenou, aunque ésta no tardó en desaparecer, porque el trabajo era demasiado y no había tantas manos para hacerlo todo. Él, pequeño, dice que despachaba en una barra, sobre cajas de cerveza, no era cuestión de quedar fuera del campo visual de los clientes, y cuando hay una edad hay un tamaño, se trabaje o no como si fuera un adulto.

A tantos años de aquella época, con un barrio que sigue siendo un pueblo, pero un pueblo donde todo el mundo quiere vivir, Alfonso sigue en el mismo lugar, haciendo mover la rueda del obrador, mimando las chufas que luego serán horchata, las frutas que serán helados y granizados, seleccionando junto a Tere las mejores materias primas, las de buena tierra y buen cultivo, las de buena madre.