«Nosotros éramos los niños de la calle. Hacíamos partidos de futbol en la rotonda de Poblenou. Y guerra de piedras: un barrio contra el otro. Madre de Dios. A la escuela, a jugar, a la calle. Todos los días con el fútbol, los bancos eran la portería. Nos reuníamos en el portal de la sastrería, donde ahora se hacen los bocadillos de El Tío Che. Teníamos en el grupo un contador de cuentos que tenía su gracia narrando aventuras: Se llamaba Jaime Edo, nos embobaban sus relatos, tenía una carbonería. Sus aventuras imaginarias eran infinitas, era un cuentacuentos, donde él se sentaba estábamos todos escuchándolo. Sus historias del oeste eran la tele que no teníamos. Luego había un guardia civil, más que guardia civil un perseguidor: nos cogía las pelotas, era un terror este hombre, se llamaba López. Como yo».

Toni López nació en el casino. Nos ha conocido a todos. Es del año 35, tiempos difíciles. Ha presenciado la historia del Tío Che, recordaba que antes fue una escuela. «Como casi todos los niños éramos del barrio, decía en nuestro libro  “Che, prova!” ahora se han hecho mayores, pero los comercios son los mismos, aunque muchos han desaparecido. La panadería sigue estando, pero no el surtidor de la rotonda, se lo llevaron a la Plaza Real.  Yo llegué a conocer a toda la familia del Tío Che, a los padres, a los hijos, a los nietos.

Setiembre era la Fiesta Mayor, y nos ponían los stands, era una fiesta genial, los caballitos, la noria, los autos de choque. ¿Cómo olvidar nuestra infancia en Poblenou?  Recuerdo al Prats, el niño de la farmacia. Otro de los niños murió en Alemania, todos jugábamos futbol, éramos un equipo muy bueno. Veníamos a El Tío Che, los frankfurts eran para el domingo, imagínate la alegría cuando desapareció la sastrería y vinieron los bocadillos.

Era un barrio obrero, toda la industria de Barcelona estaba en Poblenou. Aquí venía la gente de toda Barcelona a trabajar, y donde están los obreros están las revoluciones, y aquí estaban organizados. Recuerdo la fabrica del Canem, de Godó, enfrente estaba el cuartel de la Guardia Civil , en aquellos tiempos era normal ver trabajar a las mujeres. A las diez de la noche salían disparadas de las fábricas para hacer la cena en sus casas. Era normal que trabajaran las mujeres, las tejedoras, las textiles, era normal.

El dispensario de la rotonda era uno de los lugares de acogida para los heridos de las batallas de piedras. Nosotros éramos un grupo de nenes bien avenidos muy felices de atrincherarnos con los adoquines sueltos y de hacer estar revueltas de unos contra otros. Los amigos continuamos siendo buenos amigos y la perdida de la memoria o la muerte es lo que único que ha ido separándonos.»

Así es Toni. Nos dejaste arañando tus historias, con las canciones de Serrat que  incandescían, con aquél concierto de María Espinalt que nos hizo poner sillas y mesas para que se transmitiera desde la calle para la multitud que quedó afuera, con el día que compartimos el bombardeo en la calle Wad Ras, donde también eramos vecino, vaya destino en nuestro, dos veces compartiendo la misma calle. Tu ese eterno y perpetuo morador  de la Aliança, ese eterno y perpetuo vecino. Vaya destino el nuestro, Toni. No hay dos sin tres. Ya volveremos a encontrarnos.