Habla de los sentimientos que te provoca tu pueblo y lo harás universal- Akira Kurosawa
Cuando vivía en Poblenou, en el barrio de mi infancia, me gustaba tomar el granizado en un local de las Ramblas. Ahora, cuando vuelvo a pasar por un barrio tan cambiado, este local me recuerda que aún quedan retazos de aquellos años de mi infancia.
Hablar de El Tío Ché es hablar de un siglo de historia de Barcelona y no lo es porque la horchatería cumpla 100 años este mes de junio, no. Lo es porque en estos 100 años, la centenaria horchatería ha vivido los embates de una Barcelona en transformación.
Joan Iborra Llorens y su familia subieron de la Marina Baixa a Barcelona en el año 1912 con la intención de coger un barco que los llevara a Argentina. Llegados a la Ciudad Condal, los de La Nucía –un pequeño pueblo de poco más de mil habitantes en aquellos tiempos- vieron que la partida del barco sufría una de las habituales demoras de aquellos años convulsos.
Para ganarse la vida mientras el barco no salía, Joan empezó a vender horchatas y helados. El negocio funcionó tan bien que Joan y su familia dejaron que el barco partiera y se dedicaron al mencionado negocio desde un local del barrio marinero de la Barceloneta. Y allí estuvieron hasta que, por necesitad de un local nuevo y del empuje de la recién estrenada república, se trasladaron a la calle Wad-Ras, 232, del industrioso barrio del Poblenou.
En la guerra del 36, una de las múltiples bombas que cayeron sobre la castigada Manchester catalana derruyó la finca donde se ubicaba el negocio, pero los Iborra no se hundieron y trasladaron el negocio a su emplazamiento actual, en el corazón neurálgico del barrio, la Rambla del Poblenou, donde estaban cuando yo era pequeño y donde todavía están.
Por si todavía quedan dudas sobre el nexo entre esta horchatería y la historia de la ciudad, un apunte más: el estallido de optimismo liberador de los años 70 impulsó la ampliación del negocio con la adquisición de un local vecino. La Transición agregó bocadillos y bebidas a las tradicionales horchatas y helados.
Unas horchatas, hoy todavía hechas con chufas traídas de Alboraia, y unos helados que, misterios personales, todavía no he probado. Soy más de granizado, de granizado de café para ser más exactos.
Bueno, Ché: ¡feliz cumpleaños, marineros de la Marina Baixa!