Una larga historia

Xe, prova!

Cien años de sabor y alegría.

En 1912 llegamos al Born, con el propósito de irnos a la Argentina.  Los primeros, Joan y Josefa vinieron de la Nucía, Alicante. Valientes y con un sueño de progreso dejaron la montaña y se instalaron en el mar.  Detrás vinieron los vecinos y los de más allá porque había que construirse un futuro y América era entonces, la tierra prometida.

En esta espera las chufas que trajimos se hicieron horchata y Joan, el primero de cinco generaciones  vendía por las calles, con una mesita y una jarra: Xe, prova, decía. Tan simpático era que así quedó el nombre grabado en la memoria.Pere Juan Iborra

Comenzamos en Paseo Nacional, hoy Joan de Borbó. Aún llevábamos la blusa y el sombrero negro de los valencianos, y las mujeres las faldas largas hasta el tobillo con el refajo en la cintura. La horchatería fue la primera del barrio. Por las noches, en un tablao, Rafala un payaso vestido de rojo fuego, encendía la alegría de los niños. La horchata y las merengadas eran únicas,  hechas a mano, batidas y bien agitadas.

Esperando el barco

El barco tardaba más de la cuenta,  mientras Pere Joan, el hijo de Joan y Josefa creció, y en uno de los viajes a la Nucía la mirada profunda de Jerónima le hizo sentir la primavera.  Se casaron, vinieron juntos a Barcelona e hicieron negocios.

Y así, sólo que en la esquina más dulce de Poble Nou, continuamos, cien años después, rindiendo culto a los gustos de toda la vida. Aunque hoy, para sostener la calidad y esos sabores hacen falta tecnología, formación, inversión y mucha fortaleza para hacerlo siempre bien.

Un día el barco llegó y nos dividimos: Pere Joan, un hermano y los padres nos quedamos, el resto, continuó viaje. Bien instalado en la calle Picasso del Borne, y luego en la Barceloneta, el Tio Ché, era imparable. Aún se lo recuerda, en esos años 20  tuvimos  restaurantes, algún café cantante, un tablado. Aunque el verdadero milagro nos encontró en la esquina de siempre, en Poblenou.

Jerónima en la tarea de lavar horchatas, molerlas, licuarlas, batirlas, colarlas, enfriarlas, y hacer los helados a punta de brazo y buenas muñecas. Además del cuidado de sus cuatro niños: Pepita, la mayor, Juanito, Antonio, Alfonso y María. Pere Joan agregando negocios a la empresa familiar.

La horchatería en 1950Era imponente, sentada en un pequeño mostrador que daba a la calle vendía cacahuetes, chufas, garbanzos y castañas calientes que los niños compraban con las moneditas. Un día Jerónima entregó las llaves de la horchatería a Alfonso, su hijo y sin más ordenó: -Mañana comienzas a trabajar.Su única salida lo encontraba en la quinta fila del Palacio del Cinema de Via Laietana, solo, para dar rienda suelta sin testigos a su feroz deseo de volar. Un día como todos los Iborra fue sorprendido por el amor en La Nucía.  Se casó con Maruja Cano, con quien tuvieron varios negocios en la calle Lope de Vega del Poble Nou, pero finalmente, la horchatería les ganó.

3ª Generación del Tio Ché: Alfonso Iborra y Maruja CanoLa esquina del Tío Ché, era, como hoy,  la vida del barrio. Los niños eran felices aunque desde pequeños colaboraban con sus padres. El barrio siempre fue el mismo, nada ha cambiado los comercios de toda la vida siguen en su lugar. Si la calle era de los niños, la placeta su lugar de referencia. Los bancos eran la portería de los partidos de futbol y el escenario de todas las aventuras.

Aunque no todo era felicidad. En tiempos de guerra los primeros bombardeos sobre el Poblenou vinieron desde el mar; los aéreos vinieron después y en los peores momentos, dos o tres aviones sobrevolaban  la zona hasta cuatro veces en una misma noche.
En la Calle Wad Ras, enfrente a la Alianza Vieja, una bomba destruyó dos bloques de edificios. En uno de los bajos se encontraba el Tío Che. La bomba encontró a la familia en pleno horario de comida, perdieron tienda y casa.

1947La vida de un barrio obrero suponía trabajo y trabajo. Las mujeres iban a las fábricas y en los años 30 era normal verlas salir al vuelo para ir a hacer la otra jornada, la de la casa. En este barrio no quedaba un solo vecino sin ocupar su lugar en algún taller o en las grandísimas empresas de la Manchester catalana.

La Horchatería era más o menos igual. Mezcla de vida familiar y trabajo. La abuela hacía el trabajo de veinte, poner dentro del cubo otro con hielo, mover la crema para el helado, o el granizado o horchata, y darle y darle, porque el batido es lo que enfría y da la consistencia de crema. María Iborra, cuarta generación recuerda que su primer regalo fue un delantal.

Tía Maria con María 1958Aunque la cuarta generación Teresa, Alfonso,  y la quinta, Irene y Natalia se encontraron con un negocio funcionando a pleno nadie puede negar cuán responsables son ante un barrio como testigo de no dejar caer el producto, a cuidarlo cada día, como lo registra el paladar de cada uno de los vecinos.

Tratamos de mantener una empresa que a ellos les costó dar vida y hacer crecer, según palabras de Teresa, la actual propietaria. No podemos bajar los brazos. Ahora es más sencillo fabricar, refrigerar, pero dar la misma calidad, el mismo servicio, no es poca cosa. Aquí todos estamos muy atentos. Somos fieles a las fórmulas que transmitieron los fundadores. Seguramente las personas que nos sigan, harán lo mismo.

Este es el esfuerzo de una familia que está al pie del cañón. Aquí reina el cariño, es todo muy artesano: el producto y nuestra manera de estar con los clientes. Nosotros vendemos caprichos, aunque son productos sanísimos, son caprichos, por eso intentamos que la gente disfrute, antes, durante y después de su estadía en la horchatería. Cuidamos a la gente como cuidamos a la horchata, que es tan frágil.

Nuestros clientes son gourmets

El Tío Ché con colboradoresLos clientes se dan cuenta si te has pasado en el azúcar o en el agua, dice Alfonso Ibarra, cuarta generación de horchateros. Vienen hace muchos años, son en su mayoría clientes de toda la vida, por tanto, no les puedes dar algo diferente de lo que recuerdan en su paladar. La responsabilidad que tienes frente al producto es increíble. Yo he variado las fórmulas de los helados, la fórmula base es la misma, pero al incorporar nueva tecnología hay cambios. Y cada cambio recibe los comentarios. Una vez al año hacemos nuevos productos. Aunque hacer más sabores no es mérito, sino que la gente quiera lo que haces.

Con los turrones comenzamos con el 97. Me apunté a cursos de chocolatería y bombonería y aprendí. Ahora diciembre pasa volando. La calidad y la adecuada manipulación del chocolate son fundamentales, dos o tres grados arriba o abajo, son graves para el producto. De mi padre aprendí el oficio. Estaba en todos lados a la vez. De él aprendí a cuidar de un producto heredado, esta es mi función en la Horchatería, si no cuido el producto… de aquí vivimos todos, la fórmula es fácil: hacer las cosas bien.

Mi madre sostenía la horchatería, y mi padre hacía las compras, y movía la rueda para hacerla caminar.

Me gustaría ser cliente de la horchatería. Sentarme, en la terraza, tomar mi horchatita, que felicidad. Este sería mi punto de encuentro, imagino que vienen los amigos, nos sentamos, conversamos, dejamos pasar el tiempo…

Este es un sueño que abrigo desde pequeño… cuando comencé a preparar los frankfurts subido en cajas de cerveza para alcanzar a los fogones.