100 AÑOS EN IMÁGENES
La vida de la familia horchatera está entrelazada a las historias de las familias de Poblenou. Un comercio centenario no es solamente un lugar de intercambio comercial, sino donde se comparten vivencias y latidos. Hay historias comunes que son parte de la leyenda del barrio, cosas que todos sabemos: Los pasos de prisa que iban a las fábricas de Poblenou, polo industrial de toda España desde el siglo 18. Los bombardeos de la segunda guerra, uno recibido en casa propia de la calle Wadras de donde marchamos hacia la maravillosa rotonda donde estamos ahora. La alegría de las Olimpíadas, que transformó el lugar donde vivimos, cuando dejamos de dar la espalda al mar, tiempos del Front Marítim en las antiguas instalaciones de Macosa, el Poblenou hotelero, abierto al turismo, que nos trae viajeros rojos como camarones y caras nuevas, el de la multiplicación de la vida en la Rambla y la babel de idiomas que circulan.
Y otra historia más subterránea, la que llevamos incrustada en la memoria familiar como las tardes en el cine Ideal, el Rellisquin, porque cuando no era cine, era pista de patinaje donde nos dábamos nuestros buenos resbalones, rellisquins, o relliscons. Los sábados eran de gloria ,emoción y matiné en el cine, podía ser el California, el más parecido al de Cinema Paradiso, pero también estaba el Triunfo y el Catalunya. Rintintin, Agente 007, y a llorar con Lo que el viento se llevó, que nadie vio menos de cinco veces. Ni hablar de calefacción, íbamos a una carbonería al lado de la horchatería, en el llamado carrer de los gitanos, ahora el Joncar a buscar orujo para el brasero. Momentos de esplendor de la Flor de Maig, del Ateneo Colon, de la Pau i Justicia y la Catalana. Las lecherías de la calle Taulat, las trabajadoras de los enchufes Simón, con ropa de color blanco y los baños en la playa de Poblenou, sucia, llena de escombros, con olores a deshechos fabriles. Pero allí estábamos, el mar nos esperaba con su eterno color azul, y esos atardeceres de los que Serrat ya dijo lo que había que decir. Esta fue nuestra historia, en esos pasajes de suelos empedrados, de madres valientes que con una mano nos llevaban a nosotros y con la otra al conejo vivo que nos comeríamos un día de estos. Los envases de vidrio que se pagaban si no los devolvías, la soda de sifón, los cubos de hielo que dejaban verdaderos ríos al derretirse, cuando no había nevera y nuestra propia vida, de horchateros, sin más, donde estuvimos y estaremos siempre, como ahora, haciendo y compartiendo la felicidad de daros el gusto.
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