Quién como él podìa decir que es hijo del Hombre Bala y del adrenalínico héroe que hacía el Triple Salto Mortal en automóvil. Quién ha cumplido el sueño de nacer en un circo y dejar este mundo en pleno preparativo de la próxima temporada que iba a comenzar el 29 de noviembre en Barcelona.
Hijo de Lluis Raluy, el fundador de una saga de hombres de circo, el Tigre de San Adriá, un obrero que sacaba tiempo a su jornada en la fábrica para ir a hacer barras fijas con un grupo de acróbatas, hasta formar una compañía con Marina Tomás, su mujer y sus cuatro hijos. Se añadió a Los Keystone, contrato con el que empezó una de las aventuras circenses más importantes de España y de Europa. El Cirque d’Hiver de París, al Cirque Bouglione, el circo Chipperfield (Inglaterra)…
Carlos Raluy, que de él se trata, , fiel a la pasión familiar, nos dejó como nos dejan los grandes, a pocos días de la próxima función. Y así que el mundo del circo ha quedado un poco huérfano. Carlos tuvo una idea genial, adquirió un circo inspirado en los antiguos, donde la acrobacia, los malabares y la magia nos permitieron transportar a otras épocas.
Carlos, que nació en el circo y lleva toda la vida dedicado en cuerpo y alma a ese mundo, explica que mientras muchos han apostado por la modernización, en su caso se han decantado por recurrir «al circo de toda la vida». De ahí que desde finales de la década de los 60 añadieran a su nombre el adjetivo de histórico.
«Yo suelo definir a los circos modernos como una compañía de transportes con una carpa». Mantener su esencia, decía, es trabajar en una sala intimista, pequeña, para estar muy cerca del público. Quiero que el público de la primera fila como el de la última estén cerca del artista.
«Cada vez creo más en la selectividad, lo bueno siempre sobrevive a lo mediocre o lo malo, eso es algo que pasa en todos los campos del entretenimiento, y por supuesto también en el circo».
Viajan con un equipo formado por 40 personas, entre técnicos y artistas, y 20 caravanas parte del circo-museo. Hay carruajes con más de un siglo de historia. Elementos que más allá del componente artístico suponen un atractivo valor añadido. Me gusta decir que es como un viaje en el tiempo que te invita a soñar. Su carpa inspirada en la Capilla Sixtina, su cúpula exterior única, con forma de sombrero chino inspirada en Melita su esposa, y su órgano centenario invitan a vivir una atmósfera que supera la imaginación.
Carlos es un enamorado de los lugares emblemáticos, hace unos años se quedó con el London Bar de las Ramblas, canalla, bizarro, como ninguno, donde Dalí, Hemingway, Picasso, Juan Perro y Marsé dijeron la suya. Eli Beltrán, la dueña falleción y Carlos decidió quedárselo. Es que Lluis, su padre era un asiduo, porque entonces, era un punto de encuentro de los hombres de circo. Era parte de la movida del London, era parte del espíritu del tiempo de una Barcelona que se resiste al olvido.
A pesar de los pesares, y como se espera de los grandes promotores de espectáculos circenses, nada va a detener la presentación de «Un viaje en el tiempo», en estos días. Será dedicado a su fundador, quien detrás del telón seguirá dando energía a cada uno de los miembros del elenco. Porque un circo es un pasión y no hay muerte que pueda interrumpirla. Y más cuando se trata de una leyenda.
Todo un espectáculo de calidad dos horas donde pequeños o grandes (70) se lo pasan bien.