Barcelona no sería lo que es si el otoño no regaría la ciudad de castañeras, castañadas y castañas. Eso dice el horchatero centenario de Poblenou quien sabe que hay vida después de la  horchata y la leche merengada, aunque su ego diga todo lo contrario. Y los panellets, y el moscatel y la fruta confitada.  El horchatero centenario dice que el día que falten habremos perdido buena parte de nuestra magia.

Según explica el almanaque para Curiosos de la web del Archivo Histórico de Barcelona, la Castañada se dedicaba a todos aquellos que ya no están entre nosotros y tal vez venía de los antiguos rituales funerarios. El evento  terminaba pasando el rosario por las almas de los difuntos. Parece que en el XVIII se hacían banquetes funerarios y allí se servían legumbres, panecillos votivos, los panellets, y frutos secos. ¿Y para qué estos banquetes? Pues, para estar en comunión con las almas de los que se habían ido, mientras se asaban las castañas se rezaban las tres partes del rosario. Así que ya sabes cuál es la unidad de tiempo para calcular el tiempo de asar las castañas, y de paso te tomas un tiempo de oración que mal no hará, seguro.

Pero esto no queda aquí, otras fuentes dicen que ante la barbarie del emperador Diocleciano, sus persecusiones y muertes  a primeros del siglo IV, la Iglesia escogió un día para recordar a las víctimas, conocidas o no.

El papa Gregorio III (731-741) la conmemoraba el 1 de noviembre para diferenciarla del Samhain o Año Nuevo Celta, que se celebra la noche del 31 de octubre al 1 de noviembre. El historiador Lima al referirse a la historia del Tostón, que así se llamaban las castañadas, indica cómo los cristianos comenzaron a apropiarse de las fiestas celtas. Según algunos historiadores en la madrugada del 1 de noviembre la frontera entre el mundo de los vivos y los difuntos era difusa. Los celtas consideraban al castaño un árbol sagrado y  la castaña el símbolo del alma de los muertos, así cada vez que comes una castaña liberas un difunto del purgatorio. Mira que sencillo es salvar almas…

Joan Amades explica que en el siglo XIV la recordación de la entrada del otoño se dividía en dos partes. El 1 de noviembre desde la mañana hasta las tres de la tarde era una fiesta alegre, y se celebraba la vida, pero a partir de esa hora se recordaba a los muertos, y parece que los muertos después del mediodía y hasta las tres del día siguiente entraban al mundo de los vivos y compartían.

Según Amades durante muchos años las castañeras montaban sus paraditas el 1 de noviembre, día de Difuntos, en el Portal del Angel y en el de don Carles. Una se ubicaba a la entrada del cementerio dels Empestats, y la otra la entrada al cementerio de Poblenou. Y después de esas fechas se repartían por diferentes puntos de la ciudad.

Los celtas partían el año en dos: el de la luz, en primavera y verano, y el de la oscuridad otoño e invierno. Y en el medio había una transición, que era en noviembre para saludar a la oscuridad, y en este momento los vivos conectaban con los difuntos.

En el norte de España se celebra el magosto, en Galicia, Cantabria, Asturias, León, en Caceres se llama las Hurdes, y en Canarias los Finaos. Coincide con la época de la cosecha de la castaña en otoño.

Magosto, magnus hustus, hoguera fenomenal, es la hoguera donde se asan las castañas, y los vecinos se reúnen a disfrutarlas y beber sidra, orujo y vino nuevo. Y ni hablar de los rituales que se celebran: de purificación, de sanación y de honra a los  antepasados,

En un plano más terreno en la noche de Todos los Santos, las campanas repicaban sus plegarias a los Santos con en cada pueblo donde hubiese una iglesia y algunas almas. Y ya me dirás el esfuerzo que debían hacer los campaneros, entre subir las escaleras para llegar al campanario, batir con vehemencia la cuerda, darle la musicalidad adecuada, emocionar. Músculos harían falta para sostener tanto latido y allí entraban en función los panellets, castañas y boniatos bien regados con moscatel, porque ya sabemos que los fríos comienzan y un vinito calienta motores.

La castañera era una mujer mayor con vestida pobremente, un abrigo y un pañuelo en la cabeza, frente a un puesto precario donde crepitaban las castañas. Hoy nuestras castañeras ya van vestidas con tejanos, pero la historia continúa.  La noche mágica de la castañada se celebra con una hoguera, sobre la que se coloca un cilindro metálico agujereado. Sobre él se depositan las castañas y se les hace un corte para evitar traumatismos  de cráneo. (A quien le saltó una castaña a la cabeza sabe muy bien de qué hablamos). Al rescoldo de esas mismas brasas se asan los boniatos y te lo llevas todo en un cucurucho de papel. La mayoría de las castañeras venían del interior de Catalunya y usaban grandes faldillas, un delantal de lana y una capucha blanca. Por este motivo eran conocidas como lechuzas blancas. En el siglo XX las castañeras venían de Galicia y en la postguerra la venta de castañas ayudaba a tolerar el hambre. Y aunque no lo creas muchos se ponían las castañas calientes envueltas en papel para combatir el frío, entre la camisa y el pecho. Palabra del horchatero centenario de Poblenou, que él lo vio con sus propios ojos, sin necesidad de que nadie se lo dijera.